1. Los agujeros negros de las urnas
Los cánticos del “Sí se puede” de la noche electoral frente a la sede central del PP escondían un enigma fácilmente descifrable, pero en el que nadie ha reparado. Dicha en ese contexto, una frase incompleta cambia de significado y se abre a nuevos interrogantes: ¿qué es lo que se puede? Dejemos al lector la tarea de interpretarlo.
Demasiada embriaguez para tan poca victoria. Había sucedido lo previsible. El boomerang que era Ciudadanos iba a ser la pieza sacrificada del voto útil y lo que había nacido como freno ante Podemos se convertía ahora en una rémora para los intereses neoliberales. No se podía aniquilar, tal vez ni siquiera convenía, porque ese deterioro que no paga el PP, esa impunidad electoral a prueba de escándalos, podría caer en picado en cuanto se consiguiera desalojarlos del poder. Sólo hace falta ver lo sucedido al berlusconismo en Italia para comprender el proceso. No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, parece decirnos la experiencia.
Pocas novedades sobre lo perdido quedan por aportar. En sólo un par de días se han ido añadiendo valoraciones muy correctas y lúcidas. Sí querría destacar, sin embargo, que lo ganado es sólo discurso. El PP tiene más fuerza para reivindicar su derecho a gobernar, amonestando a Ciudadanos y al PSOE con idénticos argumentos a los que de inmediato Pedro Sánchez ha usado contra Pablo Iglesias. Ciudadanos asume su papel y abandona el juego de ser la coartada de los socialistas para fingir el regeneracionismo desde dentro, sabedores de que se les ha ofrecido para el futuro la tierra prometida (cuando Inda no hace sucia demagogia, se le escapan ocultas verdades, así que señaló desde su contenido entusiasmo el largo y brillante futuro que le espera a Rivera). Los socialistas no responden a los mensajes. Los enemigos de la arrogancia sacan el macho alfa del armario convencidos de que lo peor ha pasado. Y lo peor, sin embargo, es que se acabó el teatrillo, toca hacer política y las cosas están como estaban. Unidos Podemos perdió una chance, pero el que respecto a diciembre sus argumentos queden cercenados no tiene en este momento relevancia, ya que no puede haber nuevas elecciones. De hecho, si las hubiera, sería un grave riesgo para los defensores de las políticas neoliberales. Voy a intentar explicar las razones.
Digo de antemano que, a pesar de la cautela con la que intento analizar siempre, llegué a creer en el sorpasso. Por lo demás, la victoria del PP gracias al voto útil de la derecha la di por descontada. También hasta diciembre me declaré contrario a la coalición. Podemos necesitaba definir antes su identidad y consolidarse como fuerza política parlamentaria. De lo primero se encargó la operación Ciudadanos, y habrá que ver con más perspectiva de tiempo si no fue un gran favor. Lo segundo vino con los resultados del 20D. Por otra parte, siempre he tenido claro que uno más uno no hacen dos. Los votantes de más edad ejercen su derecho como autómatas y, como ha sucedido esta vez, a muchos, les acaba faltando su papeleta. Eran bastantes los factores que hacían arriesgada la apuesta. Sin embargo, en enero cambié de opinión. Me pareció el mejor momento. Había una coartada: garantizar un gobierno de progreso. Había una oportunidad: por mal que saliera, se salvaban los muebles para los dos partidos. Había una motivación fuerte: las alternativas políticas son por definición asediadas y débiles, no puedes permitir que te enfrenten y lo estaban haciendo. Esto había que zanjarlo si se quiere ser influyente y el momento ideal era ahora. Salió cruz, pero, en efecto, se traducía en el mismo número de escaños.
Si algo resulta evidente es que, aparte de una tendencia de desplazamiento hacia la derecha por los miedos propagandísticos colmados por el Brexit, la mayoría del voto perdido de Unidos Podemos se ha quedado en casa. Ayer, comentando las razones en un grupo de discusión con periodistas italianos, apuntaba la necesidad de valorar si el abstencionismo se debía más a los votantes de Podemos o a los de Izquierda Unida. La cuestión es importante para sacar conclusiones útiles. Y lo hacía añadiendo dos reflexiones: en primer lugar, que existía un precedente de la primera alianza para las autonómicas catalanas, donde pasó exactamente lo mismo: grandes expectativas en las encuestas iniciales que se resolvieron en un retroceso y batacazo final. Cierto, el panorama político catalán es más complejo, las elecciones se presentaban como un referéndum en el que Podemos se quedó en tierra de nadie, etc., pero el dato está ahí: faltó fidelidad de voto. En segundo lugar, que el hacer demasiado dinámica y líquida la referencia política tiene grandes ventajas cuando tus adversarios te encuadran en el punto de mira, pero resulta débil desde el punto de vista identitario.
Valorando los datos para la entrevista que me hizo Pietro Marino, había notado que allí donde la coalición obtuvo incrementos no bastaron (precisamente en ámbito rural), pero donde se tenía más fuerza hubo incluso retrocesos notables, salvo, no es casual, las áreas en las que los procesos de convergencia habían ocurrido antes y estaban mucho más consolidados. El diagnóstico me parecía claro y, a la vez, induce al optimismo. De inmediato, me daban confirmación señalándome el artículo de Ignacio Sánchez-Cuenca (La caída de Podemos y el efecto IU) que aunque culpabiliza a la coalición sin muchos matices, deja en el aire algunas preguntas a las que nosotros habíamos dado ya respuesta. El factor de los nacionalismos no es relevante aquí. Hay una mayor caída allí donde IU era más fuerte porque los herederos del PCE son, como el partido comunista griego y el portugués, votantes con un enorme grado de identidad nutrida durante décadas, cayera lo que cayera, se obtuvieran los resultados que se obtuvieran. Algo que era más evidente allí donde IU aún había mantenido presencia parlamentaria, en las instituciones municipales y autonómicas, etc. Por otra parte, conviene tener presente que había existido mucho trasvase de IU a Podemos desde su nacimiento en las Europeas, que muchos habrán identificado en el joven partido la causa de una crisis que se echó encima cuando mejores perspectivas parecían abrirse en años; ese voto, aunque aún numeroso, era ya de resistencia.
Cierto, suman otros muchos factores y no hay que dudar de que hubo votantes de Podemos que no vieron con buenos ojos la división de la torta con un partido tradicional o los guiños hechos para tranquilizar a la opinión y a los poderes para seguir arañando votos en las esferas fronterizas. ¿Error de campaña? Tal vez, pero así es el juego de doble o nada; personalmente sólo me queda la duda de hasta qué punto las victorias hoy se juegan en el centro. El electorado es muy heterogéneo en sus pretensiones y hay que hilar fino para no perder por un lado lo que vas ganando por el otro. En cualquier caso, creo que la presencia de líderes muy cercanos al 15M, como el mismo Alberto Garzón, o con una imagen compatible con la de Podemos, como Marina Albiol, o la de ideólogos de reconocido prestigio como Manolo Monereo no podía provocar ni mucho menos un rechazo. El votante de IU fue, en contra de lo previsto, más conservador que su militancia, pero la buena noticia es que el proceso es reversible y ya ha sido resuelto satisfactoriamente antes. Se trata de encontrar el modo.
Visto así, tal vez el voto de Podemos haya mostrado en realidad un suelo firme, con pocas fisuras. Para quienes están en el otro lado, para quienes convocaron estas segundas elecciones, en lugar de pactar una solución a la italiana, con el objetivo de buscar una segunda oportunidad de aniquilar a Podemos, la partida, analizado fríamente, se ha resuelto en tablas y con demasiados riesgos para nuevas urnas.
La mala noticia, tal vez, es que no sólo el intento de abrirse camino con la unidad, sino también el de aspirar a transmitir la sensación de ser una opción seria, de gobierno, en una línea mucho más moderada de como se les representa públicamente desde la otra orilla, también ha fracasado. La gente de más de 50 años sigue prefiriendo, en su mayoría, que les traigan los muebles montados a casa. Sin duda, podríamos hacer el análisis con ojos económicos de broker o con políticos de spin doctor, podríamos entrar en otro tipo de detalles, pero tal vez se nos escaparan sutilezas que sólo se ven desde una perspectiva panorámica. Hay que tener cuidado a la hora de calificar como errores las decisiones. Lo que no es rentable a corto plazo podría dar sus frutos en un futuro no muy lejano. Sería insensato dar marcha atrás. Crearía mayores debilidades. Estamos en un margen entre el 21 y el 26%. Cualquiera lo habría firmado a ojos cerrados hace un par de años. Ahora toca construir desde el suelo para alzar el techo.
2. Caimán no come caimán
Unidos Podemos estrenaba imagen y salía esta vez incorporando, en gran medida, la defensa de algunos aspectos de lo viejo con lo nuevo; y podía hacerlo porque lo que impera es aún más viejo. El papel del Estado sangra por los cuatro costados. Lo hacía cuando Theodore Roosevelt luchaba contra los monopolios y trataba de regularizar los mercados, cuando Lenin teorizaba sobre la fase imperialista del capitalismo o cuando la revolución nacional pequeño-burguesa que llevó a cabo el nazismo aplicaba principios keynesianos (de ahí la transversalidad de las actuales reacciones y de ahí la importancia de que la izquierda haya ocupado en España este espacio). Para colmo, lo queramos o no, esta globalización neoliberal se va pareciendo cada vez más estructuralmente a lo más aberrante del capitalismo de Estado al que condujeron las revoluciones comunistas. Cambiemos la retórica de la comunidad por la de la subjetividad y el juego está hecho: el poder y el control de la economía cada vez en manos de menos gente, la política tutelada, la propiedad privada cada vez más cercenada. Con un agravante: aunque no lo consiguieran, el llamado socialismo real se preocupaba por el bienestar social de forma igualitaria. Al neoliberalismo esto no le preocupa. Le basta con conceder pequeños privilegios a unos pocos, lo suficiente para que se sientan parte del entramado. En este contexto, hemos llegado a la paradoja impensable hace años de que sean los partidos de izquierda los que cada vez más defienden a las PyMEs y en breve empezaran a hacerlo con el nuevo trabajo autónomo precarizado. Por eso no les queda otro recurso en tiempos de crisis (y aprovecho para insistir en que la actual es ya estructural) que apelar al miedo, al sálvese quien pueda. Cuesta comprender la tozudez de una parte aún tan elevada de la población que se siente de algún modo privilegiada, pero sobre todo asombra su egoísmo. No calculan el que los hijos sin trabajo, o con trabajos mal pagados, que aún mantienen se traducen en ingresos de los que se les priva. No calculan que la pérdida de servicios empeora su nivel de vida. Me recuerdan mis discusiones con los vegetarianos, cuando les digo que si fueran consecuentes deberían replantearse su forma de entender la naturaleza, deberían considerar el que las plantas no son distintas, en lo esencial, de los animales. A lo que responden que carecen de sistema nervioso central, que no sienten (cuánto se parece el razonamiento a aquello de que los animales no tienen alma), etc. Les replico de inmediato afirmando que todo depende de algo muy sencillo: de si tú eres hombre, conejo o tomate. Pues lo dicho, en la calle Génova debería haber celebrado ese uno por ciento de privilegiados y basta. A quienes desde otra condición, en el actual sistema, les parece motivo de algarabía, sencillamente les digo: hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, tú eres tomate. Caimán no come caimán. Es hora de que empecemos a diferenciar más nítidamente entre quién está intentando ayudarnos y quién nos está amargando la vida.
P. D. Mientras escribía esto llegó el cartero. Como llamó para hacer la entrega sabía que era una multa de tráfico. Sólo esas llegan directamente a tus manos. Ni siquiera el comercio por Internet funciona así. En Italia, si estás en casa da lo mismo, con el correo ordinario te dejan automáticamente el aviso para que decidas cuándo puedes perder más de media hora en retirarlo. Hasta hace poco, las empresas privadas, que sí te lo llevan a casa, se preocupaban por buscar fórmulas alternativas cuando estás ausente. Llegaron a hacer acuerdos con tiendas para que realizaran el servicio de punto de entrega, solución excelente, pero que no debía resultar rentable. Al poco tiempo cambiaron de modalidad y empezaron a invitar al cliente a acercarse a un almacén en la periferia de la ciudad a retirar los paquetes. Es decir, pagas más por el servicio y te añaden una hora de tiempo perdido y gastos a tu cuenta. No encuentro mejor manera de ilustrar la eficacia de las privatizaciones de lo público.