Resaca electoral

El lunes llega sin novedades. Seis meses de circo que no han servido para nada. Quienes intentaron aniquilar al enemigo con campañas mediáticas sólo se han conquistado un discurso que los hechos harán caer pronto en el olvido. Quienes trataron de coger fuerzas de flaqueza, obligados a morder el anzuelo del tirón que da el optimismo de las buenas previsiones, sólo han salvado los muebles (que no es poco, con lo que ha llovido). Quienes han tratado de esconder sus vergüenzas apelando al miedo de los bárbaros, han conseguido una victoria estéril y, probablemente, pírrica, ya que hay nubarrones en el horizonte y se acercan temporales.
El camino es largo y queda mucho por aprender. El neoliberalismo ha creado mecanismos de identidades que se basan en sentirse parte de un poder, partícipes de un beneficio. Es un hueso duro de roer. Lo hemos visto en Italia durante el berlusconismo, que parecía no tener fin. Pero también del ejemplo transalpino se puede aprender, pues la alianza con el enemigo para cambiar la situación acaba convirtiéndote en el enemigo. La posibilidad, aunque remota, de sacar al PSOE de sus ambigüedades se ha diluido por ahora. El voto útil de la derecha, come era previsible aunque las encuestas tampoco lo anunciaran, ha funcionado. Sin elecciones de por medio, y mientras las consecuencias de la austeridad que prosigue lo permitan, habrá menos escándalos de corrupción y los ministerios empezarán a tener más cuidado en su preparación de montajes contra los enemigos políticos.
Los milagros resultan difíciles de fabricar. Syriza tardó ocho años en llegar al gobierno y lo hizo gracias a una situación mucho más trágica aún de la que encontramos en los demás países mediterráneos europeos. Desgraciadamente, en la lucha entre quienes necesitan una esperanza y quienes son partidarios del sálvese quien pueda, en España han vencido aún los últimos. Se pierde una buena ocasión. Bastaba con que los votantes hubieran mantenido sus preferencias de diciembre y, sin esa fuerte abstención que ha marcado estas elecciones, se podría haber exigido un verdadero gobierno de transformación. Pero es difícil cuando toda la maquinaria se pone a jugar en tu contra, algo con lo que se podía contar; es difícil cuando te colocan como muro de contención a quienes deberían ser tus aliados. Circunstancia incómoda y, en cierto modo, diabólica, porque si Unidos Podemos hubiera subido a costa del PSOE, los números tampoco habrían dado para un gobierno alternativo. Y aquí, dejémonos de juegos, la pinza era otra e, hipocresías aparte, el objetivo ha estado marcado por los poderes: tú me salvas a mí y yo te salvo a ti. Otro éxito amargo, pues al final la partida quedó en tablas.
¿Qué podemos sacar en claro de todo este proceso? ¿Puede haber algo de positivo? Tal vez, curiosamente, paradojas. Esa izquierda que se mueve con aspiraciones altruistas y que busca recuperar los derechos sociales y una política más solidaria, acababa de hacer piña para conjurar los peligros del Brexit.  El sábado, se lamentaba del voto de los británicos y miraba con ojos esperanzados las expectativas del 26J. Esperaban también una señal positiva, una constatación de esas nuevas fuerzas de convergencia españolas que estaban mostrando un camino hacia el éxito. Pero precisamente, preocupándose por el interés común, y haciendo lo que se debía hacer, tal vez se les escapaban cuestiones más prácticas, más logísticas. Algo que sí sabían bien los poderes económicos, que daban por descontada la continuidad, aunque interina, del PP y sólo miraban a España de reojo.
Cierto que, para muchos, es una pena que se retrase un cambio político, que se dilate y tenga continuidad esa defensa vergonzosa de un estatus que está costando el malestar de una parte cada vez mayor de la población. Sin embargo, no creo que sea preciso flagelarse y tratar de buscar responsabilidades. Todos han jugado sus bazas y las han jugado bien. No me resulta claro que una campaña agresiva centrada exclusivamente en Podemos no hubiera causado mayores daños. La presión indujo a una coalición arriesgada, pero por separado es muy difícil que con esta ley electoral se hubieran obtenido mejores resultados. Se ha dado un paso que puede ser positivo para el futuro y, a pesar de no servir para asaltar los cielos, se ha contado con la flexibilidad necesaria para encajar el golpe. Lo peor ha pasado y dar ahora marcha atrás sería un grave error. No hay que felicitar, aparte de formalmente, a los adversarios, pero tampoco cargarse con culpas que no te corresponden. Se han sacado muchas cosas positivas. Se han creado formas de identidad más amplias, se ha sumado, se ha crecido. No como votos, pero sí en los actos (tal vez lo que hacía presagiar un mejor resultado). Muchos se preguntaban si Unidos Podemos había tocado su techo actual, pero mi sensación es que a su vez ha tocado suelo. Sale reforzado en muchos aspectos si se sabe leer la situación correctamente. Por lo que respecta a la coalición, la mejor estrategia es seguir buscando esa suma de activismo social que ya anunciaban, mientras que, como  partido, Podemos debería consolidar su organización, tarea que quedó a medias, pero que es necesaria para lograr una mayor fidelidad de voto en áreas donde posee poca representación. No olvidando que, también paradójicamente, las elecciones que más fuerza le dieron fueron las perdidas en Cataluña (donde también una nueva coalición destinada a crecer empezó perdiendo terreno) y, sobre todo, que basta mirar al horizonte para saber que llegan tempestades.

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