Renzi ha muerto. ¡Viva Renzi!

A Renzi se le puede reprochar casi todo lo que queramos, salvo una cuestión sobre la que dudo que dentro de unas horas se haga mención en ninguna columna periodística española. Se podrá hablar de su suicidio político innecesario, de una dimisión que nadie le había pedido y que usó desde el principio como amenaza en caso de la que jugada del referéndum saliera cruz. Se podrá valorar de diferentes modos su osadía política, su lucha a destiempo por centralizar al PD en el escenario, su ambición al proponerse como artífice de los deseos de la UE a cambio de lograr el beneplácito de los poderes financieros e industriales, el apoyo de la prensa, etc.; en definitiva, todo aquello que en el pasado había mantenido a sus antecesores del PCI heredado dentro de los límites marcados por un veto que los alejaba del gobierno. Se podrá dudar, como al final de la noche electoral apuntaba el periodista Marco Travaglio, uno de los pocos aguerridos defensores del No, de si era posible que nadie hubiera previsto este resultado final, de si, en el fondo, Renzi no ha sido más que un ingenuo -y esta parte de lectura es ya inferencia mía-, un chivo expiatorio para una jugada necesariamente ganadora de quienes andan por encima de su cabeza: si salía bien, les hacía el trabajo sucio, si salía mal, se deshacían de él.

Que Renzi apostara por su dimisión como chantaje electoral tenía doble valencia: una para su liderazgo interno, para obligar a cerrar filas en un PD que no ve otras alternativas entre sus políticos; otra para el electorado de izquierdas, que puede temer tanto los efectos de nuevos gobiernos de derechas como las soluciones técnicas de consenso que marcaron el peor momento de la crisis.

Esta campaña en Italia ha sido todo lo demencial o más que pueda imaginarse, en sintonía con las guerras sucias y limpias mediáticas a las que desgraciadamente nos estamos acostumbrando. La hipocresía asumida chirría y se condensaba la pasada madrugada en su discurso de dimisión, donde no ha habido la más mínima alusión a ese Apocalipsis que nos esperaba si ganaba el No. Ausencia tan notable como la de uno de los principales artífices de la reforma, Maria Elena Boschi, interpelada jocosamente en todas las redes sociales.

Los medios españoles hablarán de todo esto y de mucho más. Matizarán los peligros populistas (?) transalpinos con el glorioso modo en que se han conjurado mayores peligros en tierras austriacas. Lo que seguramente nadie va a señalar es que Renzi tuvo la media decencia de intentar colar, pidiendo el voto al pueblo italiano, las medidas de gobernabilidad, de reducción de control democrático de las instituciones, etc., esas que en otros países como España han ido endosando las mayorías parlamentarias sin consultarlo con el pueblo (y que, si atendemos al programa electoral del PP, intentarán seguir haciéndolo). El que lo llevara a cabo tratando de presentarlo en un paquete más amplio y atractivo -un poco como en España se coló la monarquía-, dice algo a su favor. Sólo que se topó con una ciudadanía y con una Constitución antifascista que han unido una Italia transversal, a la que le ha importado poco que los sindicatos, SEL, M5S, Berlusconi o Salvini, tan opuestos ideológicamente, se expresaran contrarios a la reforma. Y de ahí también un triunfo que encuentra sus verdaderas raíces en las numerosas asociaciones, movimientos y comités que, en esta ocasión, sí se unieron con un objetivo común. Un triunfo que resulta abrumador en el voto de los jóvenes y que refleja también la baja aceptación de una reforma territorial que no ha sido bien digerida en el sur del país ni en los territorios insulares. No caben análisis simplistas, los resultados reflejan un fracaso con causas bien precisas.

Se ve oscuro el porvenir de un joven líder, pero los ritmos políticos andan acelerados. Para Renzi todo llegó a destiempo. En el momento inicial de su salto a la política nacional, me pareció absurdo que no lo presentaran de inmediato como el antídoto a Berlusconi. Estoy convencido de que habría funcionado. Sin embargo, el PD perdió los tiempos y los papeles. Al igual que le ocurrió entonces a IU en España, desoyó la protesta social o quiso capitalizarla pensando que eran ovejas destinadas a volver al rebaño, sin más. Y, de repente, les había nacido el M5S de la nada y se les iba desgajando su flanco izquierdo conforme ellos iban ocupando sillones del poder.

Hay, sin embargo, algo mucho más duro y sintomático en todo este contexto. Italia no vive una anomalía como la española, donde la derecha ha sido súbdita, en los últimos decenios, desde el punto de vista de los intereses económicos que representan. Es cierto que algunos de los fragmentos disidentes del berlusconismo, visibles en personajes como Angelino Alfano o Fabrizio Cicchitto, se mantienen aún fieles a las políticas neoliberales y a la globalización. Sin embargo, bastaba escuchar anoche las declaraciones de Salvini o de Brunetta para comprender que la Lega Nord y Forza Italia van por otros derroteros. Los consensos de los poderes están fragmentados y el dedo acusador apuntaba, con toda su saña, al capital especulativo financiero. La derecha antieuropeista toma cuerpo definitivamente y alza la cabeza sin complejos y esa actitud se replica por todos los rincones del tablero. Esperábamos el efecto Trump en Austria y nos apareció en Italia.

Renzi, sin quererlo, jugando a ser estadista sin Estado, abrió la caja de los truenos. Veinte puntos de diferencia duelen y declaran a todos una oportunidad. La oposición pide, también unánimemente, elecciones anticipadas, adecuando constitucionalmente de forma rápida la ley electoral. El PD se arriesga a ser el último baluarte de unos intereses de la UE que en Italia cada vez son menos populares. El regreso del proteccionismo y el cambio de ciclo parece servido como tendencia, aunque nadie sepa bien aún cómo se sale del actual atolladero. Se acercan tiempos de tormentas y Renzi no tuvo nunca un buen meteorólogo. O bien no quiso ver que había a su alrededor danzadores de la lluvia que llevaron siempre mejores bazas que él. Su discurso sobreactuado de dimisión le confería una triste dignidad desfasada. Él tal vez aún no lo sepa, y es posible que tarde en asumirlo; quiso salir con coherencia y con la cabeza bien alta de este lance. En Italia nadie pierde, sino que no gana, nos dijo para ponderar su gesto de asumir responsabilidades, pero todas sus frases se perdían con un eco en el vacío, como preludio de nada.

Trumpantojo

Le hacía eco recientemente a un agudo comentario del periodista Alessandro Gilioli relativo a la torpeza de Renzi, quien relataba cómo Sanders había decidido apoyar a Hillary Clinton en su campaña, mostrándolo como ejemplo en contraste con la izquierda italiana, en su mayoría contraria al voto de apoyo a las propuestas del PD para el referéndum sobre la reforma constitucional. Claro, el juego de identidades, deduce Gilioli, se infiere en modo peligroso, dejando a la derecha el mérito de un NO que por ahora acecha en las encuestas (aunque hablar de encuestas sea ya muy poco fiable, como sabemos).

Todo esto, a día de hoy, entraña un peligro añadido, pues la victoria de Trump le da alas a esas derechas xenófobas, antieuropeístas y partidarias del proteccionismo económico. Las fotografías de Renzi con Obama han envejecido de repente y son ya en blanco y negro, mientras el sepia del cabello de Trump envía nuevos destellos.

En España, se asistió ayer a una repetición del error. Sólo que aquí las anomalías están muy marcadas por ese Spanish is different que el franquismo dejó entre otras peculiares herencias. La derecha presenta dos almas: una ideológica, larvada, acomplejada, con conciencia de culpa, que sólo recientemente empezó a sacar pecho y a reivindicarse con un cierto orgullo, aunque contenido. No puede exhibir ningún tipo de coqueteos abiertamente fascistas, pues abriría profundas heridas y empezaría a dar verdaderamente miedo. De hacerlo, no le sería posible, por ejemplo, seguir manteniendo el discurso con el que se aferra al poder apelando a la alternativa única, al binomio entre civilización y barbarie. Condición que le ha sido transferida a C’s, partido abocado a un callejón sin salida que no le permite más papel que el de ser prótesis del sistema. La otra alma, la económica, muestra sus debilidades respecto a países con mayor fuerza industrial, su dependencia respecto al capital financiero, lo que impide la existencia de matices que encontramos más allá de nuestras fronteras.

Por su parte, la socialdemocracia española, ya casi sin máscara, no puede evitar ser el reflejo invertido de lo dicho para sus tradicionales rivales políticos. Ni siquiera ha demostrado el valor necesario para virar tímidamente el timón, aunque sólo fuera como declaración de intenciones, siguiendo la ruta que llevó a Obama al poder: defender la globalización, pero tratar de recuperar el papel social del Estado para atajar los efectos de la crisis. Europa no estaba dispuesta a optar por un New Deal y decidió sanear el capital financiero -y ya sabemos cómo- preparándose para una fase sucesiva de privatizaciones. El PSOE, actualmente, también obedece órdenes.

Y así llegamos a Trump y al trampantojo. El truco de todo buen prestidigitador pasa por distraer la atención para colar el engaño. Lo que no se está recordando del extraño personaje es que, por mucho que resultara aparentemente cuestionado, es el candidato Republicano, es decir, el de los mismos que iniciaron los procesos de globalización y de políticas neoliberales que nos han traído hasta aquí, con sus mejores y sus peores momentos, en ese orden. Lo que significa que si la prometida refundación del capitalismo a causa de la crisis se está dirimiendo, tras el brexit y la victoria de Trump, a favor de sacrificar la globalización y regresar a medidas proteccionistas, como con gran lucidez ilustró Monereo, y esto se hace precisamente en los países que son cuna de la economía de mercado, la vieja Europa debería empezar a tomar nota.

La anomalía española, sin embargo, no sólo no lo hace, sino que alcanza cotas inusitadas de insensatez. Como buenos lacayos, quienes han dado su apoyo al actual gobierno se aferran a lo existente como si todo esto fuera anecdótico. La situación, por el contrario, incita a pensar que se están fraguando otras vías para afrontar la crisis, algo que de por sí sabe a derrota. Mal síntoma para quienes han demonizado los populismos de derechas y ceguera de órdago para quienes intentan aplicar la misma etiqueta a alternativas que no se corresponden. Sobre todo porque no está claro que el regreso al proteccionismo, desde los parámetros que se están definiendo, signifique, ni mucho menos, una versión actualizada del New Deal, ya que soplan pocos aires de preocupación por la recuperación del estado del bienestar. La nueva receta podría tener efectos colaterales no deseados.

En estas condiciones, en lugar de caer en el trumpantojo, tendrían que empezar a preocuparse por el contagio de países que probablemente den al traste con la UE tal y como la conocemos. Que igual, dentro de no mucho tiempo, los que ahora están afirmando que en Estados Unidos ha ganado el candidato de Podemos, sin importarle la magnitud del disparate que sale de su boca (con la única finalidad de seguir colgando el estereotipo de populismo a sus adversarios), son los mismos a los que vamos a ver cambiarse de chaqueta y decir sin pudor bienvenido, Mr. Trump.

Otra apología del error

1 – Los laberintos de fractales

La política tiene privilegios de los que carece el ajedrez. Para que esta afirmación se entienda, tendré que explicar primero a los profanos en este juego lo que es un zugzwang. Se trata de una posición que en sí misma no presentaría desventajas, salvo por el hecho de que te toca mover. Empiezas a analizar y te das cuenta de que todas las opciones son malas, te hacen perder la partida. Te gustaría ceder el turno a tu adversario, pero las reglas te lo impiden. Sólo te queda la opción de elegir la jugada más complicada, la que genera más variables, y rezar para que tu adversario se equivoque.

Zugzwang significa en alemán «obligación de mover», de zug, jugada o movimiento de pieza, y zwang, coacción, obligatoriedad.
Zugzwang significa en alemán «obligación de mover», de zug, jugada o movimiento de pieza, y zwang, coacción, obligatoriedad.

Cuando en enero Rajoy decidió no mover ficha, se decantó por otro juego. Le tocaba a los demás interpretar si era lo obligado, como en el dominó, o de si se trataba de una retirada estratégica, como en el póquer. Se veía a la legua que la decisión era sabia. Dejaba a Pedro Sánchez mucho más en zugzwang de lo que las urnas lo habían hecho. Y, como mandan los cánones, éste se dedicó a enredar la partida, a remover lo más posible las piezas en el tablero. Todas las estrategias eran malas, por lo que servía la cosmética, incluso la mediática, para tratar de salir del atolladero.

En el ecuador de la campaña, antes de que no quedara más remedio que tratar de exprimir la baza del optimismo, sostuve que Unidos Podemos estaba en una lucha desigual y que lo aconsejable era tratar de apuntalar lo que se había conseguido. La sugerencia era buena, aunque el razonamiento era, en parte, malo. Suponía que la presión mediática estaba destinada no a ganar electores, sino a evitar ulteriores pérdidas. Los espacios televisivos y los de la prensa tradicional tienen el mismo defecto que las redes sociales: se han convertido en autorreferenciales. Por eso me pareció que había una barrera en el intento de ganar nuevos electores.

Sin embargo, lo que en realidad ocurre es que a España le han vuelto a crecer de otra forma las dos Españas. Ambas han encontrado su sitio y su discurso y ambas presentan la misma división e incluso la misma asimetría. Si en la España envejecida impera el neoliberalismo, en la joven lo hace su adversario. Todo depende de la cercanía o de la lejanía, del grado de exclusión o de inclusión en el engranaje. Y en este quiasmo, en este fractal laberíntico, es ahora imposible cambiar de dimensión sin que lo que hay a tu alrededor cambie a su vez, dejándote siempre en el mismo lugar.

Frente a la sabiduría de la quietud, propia también del cruel depredador agazapado, la joven ambición puede convertirse en energía malgastada cuando la tentación del doble o nada la guía. En un espacio político tan delicado, ya no se trata de suelos o techos. Aparte de otras causas que han condicionado los resultados negativamente, nadie puede alzar la cabeza en la nueva alternativa política reivindicando los propios galones. El asalto a los cielos también falló y lo hizo porque los equilibrios son precarios: lo que vas ganando por un lado, lo vas perdiendo por el otro. Sirve guerra de trincheras, hace falta consolidar espacios y adquirir mayor fidelidad de voto. El próximo zugzwang llegará solo, de la mano de las contradicciones entre lo prometido al pueblo y lo exigido por los poderes. Y si algo enseña el contemplar con estupor lo poco que cuenta la ética, es que no debemos temer el que un falso regeneracionismo legitime de nuevo las políticas neoliberales. La indignación crece en el bolsillo.

2 – Regreso al futuro

Sólo un breve apunte para concluir. Echenique acaba de solicitar la participación a todas las bases de Podemos para hacer un análisis de lo que no ha funcionado. Como en el caso de la campaña artística espontánea a favor de la candidatura de Manuela Carmena, lo importante, la propaganda, no es el resultado, que también ha de ser útil, sino el gesto en sí mismo. Podemos vuelve a sus orígenes, pero no desde la protesta, sino desde la participación ciudadana. Es lo que toca.

Por su parte, Garzón saca la energía necesaria para invitar a la reflexión sin tener que rendirse o dar marcha atrás: otra noticia significativa. Sabemos que con la actual ley electoral, el espacio político apenas da para tres partidos. Ciudadanos se queja y con razón; aunque esa razón se olvide de que el PCE e IU han sido desde la transición los verdaderos damnificados de esta injusticia. Conviene recordarlo.

A la búsqueda del voto perdido

1. Los agujeros negros de las urnas

Los cánticos del “Sí se puede” de la noche electoral frente a la sede central del PP escondían un enigma fácilmente descifrable, pero en el que nadie ha reparado. Dicha en ese contexto, una frase incompleta cambia de significado y se abre a nuevos interrogantes: ¿qué es lo que se puede? Dejemos al lector la tarea de interpretarlo.

Demasiada embriaguez para tan poca victoria. Había sucedido lo previsible. El boomerang que era Ciudadanos iba a ser la pieza sacrificada del voto útil y lo que había nacido como freno ante Podemos se convertía ahora en una rémora para los intereses neoliberales. No se podía aniquilar, tal vez ni siquiera convenía, porque ese deterioro que no paga el PP, esa impunidad electoral a prueba de escándalos, podría caer en picado en cuanto se consiguiera desalojarlos del poder. Sólo hace falta ver lo sucedido al berlusconismo en Italia para comprender el proceso. No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, parece decirnos la experiencia.

Pocas novedades sobre lo perdido quedan por aportar. En sólo un par de días se han ido añadiendo valoraciones muy correctas y lúcidas. Sí querría destacar, sin embargo, que lo ganado es sólo discurso. El PP tiene más fuerza para reivindicar su derecho a gobernar, amonestando a Ciudadanos y al PSOE con idénticos argumentos a los que de inmediato Pedro Sánchez ha usado contra Pablo Iglesias. Ciudadanos asume su papel y abandona el juego de ser la coartada de los socialistas para fingir el regeneracionismo desde dentro, sabedores de que se les ha ofrecido para el futuro la tierra prometida (cuando Inda no hace sucia demagogia, se le escapan ocultas verdades, así que señaló desde su contenido entusiasmo el largo y brillante futuro que le espera a Rivera). Los socialistas no responden a los mensajes. Los enemigos de la arrogancia sacan el macho alfa del armario convencidos de que lo peor ha pasado. Y lo peor, sin embargo, es que se acabó el teatrillo, toca hacer política y las cosas están como estaban. Unidos Podemos perdió una chance, pero el que respecto a diciembre sus argumentos queden cercenados no tiene en este momento relevancia, ya que no puede haber nuevas elecciones. De hecho, si las hubiera, sería un grave riesgo para los defensores de las políticas neoliberales. Voy a intentar explicar las razones.

Digo de antemano que, a pesar de la cautela con la que intento analizar siempre, llegué a creer en el sorpasso. Por lo demás, la victoria del PP gracias al voto útil de la derecha la di por descontada. También hasta diciembre me declaré contrario a la coalición. Podemos necesitaba definir antes su identidad y consolidarse como fuerza política parlamentaria. De lo primero se encargó la operación Ciudadanos, y habrá que ver con más perspectiva de tiempo si no fue un gran favor. Lo segundo vino con los resultados del 20D. Por otra parte, siempre he tenido claro que uno más uno no hacen dos. Los votantes de más edad ejercen su derecho como autómatas y, como ha sucedido esta vez, a muchos, les acaba faltando su papeleta. Eran bastantes los factores que hacían arriesgada la apuesta. Sin embargo, en enero cambié de opinión. Me pareció el mejor momento. Había una coartada: garantizar un gobierno de progreso. Había una oportunidad: por mal que saliera, se salvaban los muebles para los dos partidos. Había una motivación fuerte: las alternativas políticas son por definición asediadas y débiles, no puedes permitir que te enfrenten y lo estaban haciendo. Esto había que zanjarlo si se quiere ser influyente y el momento ideal era ahora. Salió cruz, pero, en efecto, se traducía en el mismo número de escaños.

Si algo resulta evidente es que, aparte de una tendencia de desplazamiento hacia la derecha por los miedos propagandísticos colmados por el Brexit, la mayoría del voto perdido de Unidos Podemos se ha quedado en casa. Ayer, comentando las razones en un grupo de discusión con periodistas italianos, apuntaba la necesidad de valorar si el abstencionismo se debía más a los votantes de Podemos o a los de Izquierda Unida. La cuestión es importante para sacar conclusiones útiles. Y lo hacía añadiendo dos reflexiones: en primer lugar, que existía un precedente de la primera alianza para las autonómicas catalanas, donde pasó exactamente lo mismo: grandes expectativas en las encuestas iniciales que se resolvieron en un retroceso y batacazo final. Cierto, el panorama político catalán es más complejo, las elecciones se presentaban como un referéndum en el que Podemos se quedó en tierra de nadie, etc., pero el dato está ahí: faltó fidelidad de voto. En segundo lugar, que el hacer demasiado dinámica y líquida la referencia política tiene grandes ventajas cuando tus adversarios te encuadran en el punto de mira, pero resulta débil desde el punto de vista identitario.

Valorando los datos para la entrevista que me hizo Pietro Marino, había notado que allí donde la coalición obtuvo incrementos no bastaron (precisamente en ámbito rural), pero donde se tenía más fuerza hubo incluso retrocesos notables, salvo, no es casual, las áreas en las que los procesos de convergencia habían ocurrido antes y estaban mucho más consolidados. El diagnóstico me parecía claro y, a la vez, induce al optimismo. De inmediato, me daban confirmación señalándome el artículo de Ignacio Sánchez-Cuenca (La caída de Podemos y el efecto IU) que aunque culpabiliza a la coalición sin muchos matices, deja en el aire algunas preguntas a las que nosotros habíamos dado ya respuesta. El factor de los nacionalismos no es relevante aquí. Hay una mayor caída allí donde IU era más fuerte porque los herederos del PCE son, como el partido comunista griego y el portugués, votantes con un enorme grado de identidad nutrida durante décadas, cayera lo que cayera, se obtuvieran los resultados que se obtuvieran. Algo que era más evidente allí donde IU aún había mantenido presencia parlamentaria, en las instituciones municipales y autonómicas, etc. Por otra parte, conviene tener presente que había existido mucho trasvase de IU a Podemos desde su nacimiento en las Europeas, que muchos habrán identificado en el joven partido la causa de una crisis que se echó encima cuando mejores perspectivas parecían abrirse en años; ese voto, aunque aún numeroso, era ya de resistencia.

Cierto, suman otros muchos factores y no hay que dudar de que hubo votantes de Podemos que no vieron con buenos ojos la división de la torta con un partido tradicional o los guiños hechos para tranquilizar a la opinión y a los poderes para seguir arañando votos en las esferas fronterizas. ¿Error de campaña? Tal vez, pero así es el juego de doble o nada; personalmente sólo me queda la duda  de hasta qué punto las victorias hoy se juegan en el centro. El electorado es muy heterogéneo en sus pretensiones y hay que hilar fino para no perder por un lado lo que vas ganando por el otro. En cualquier caso, creo que la presencia de líderes muy cercanos al 15M, como el mismo Alberto Garzón, o con una imagen compatible con la de Podemos, como Marina Albiol, o la de ideólogos de reconocido prestigio como Manolo Monereo no podía provocar ni mucho menos un rechazo. El votante de IU fue, en contra de lo previsto, más conservador que su militancia, pero la buena noticia es que el proceso es reversible y ya ha sido resuelto satisfactoriamente antes. Se trata de encontrar el modo.

Visto así, tal vez el voto de Podemos haya mostrado en realidad un suelo firme, con pocas fisuras. Para quienes están en el otro lado, para quienes convocaron estas segundas elecciones, en lugar de pactar una solución a la italiana, con el objetivo de buscar una segunda oportunidad de aniquilar a Podemos, la partida, analizado fríamente, se ha resuelto en tablas y con demasiados riesgos para nuevas urnas.

La mala noticia, tal vez, es que no sólo el intento de abrirse camino con la unidad, sino también el de aspirar a transmitir la sensación de ser una opción seria, de gobierno, en una línea mucho más moderada de como se les representa públicamente desde la otra orilla, también ha fracasado. La gente de más de 50 años sigue prefiriendo, en su mayoría, que les traigan los muebles montados a casa. Sin duda, podríamos hacer el análisis con ojos económicos de broker o con políticos de spin doctor, podríamos entrar en otro tipo de detalles, pero tal vez se nos escaparan sutilezas que sólo se ven desde una perspectiva panorámica. Hay que tener cuidado a la hora de calificar como errores las decisiones. Lo que no es rentable a corto plazo podría dar sus frutos en un futuro no muy lejano. Sería insensato dar marcha atrás. Crearía mayores debilidades. Estamos en un margen entre el 21 y el 26%. Cualquiera lo habría firmado a ojos cerrados hace un par de años. Ahora toca construir desde el suelo para alzar el techo.

2. Caimán no come caimán

Unidos Podemos estrenaba imagen y salía esta vez incorporando, en gran medida, la defensa de algunos aspectos de lo viejo con lo nuevo; y podía hacerlo porque lo que impera es aún más viejo. El papel del Estado sangra por los cuatro costados. Lo hacía cuando Theodore Roosevelt luchaba contra los monopolios y trataba de regularizar los mercados, cuando Lenin teorizaba sobre la fase imperialista del capitalismo o cuando la revolución nacional pequeño-burguesa que llevó a cabo el nazismo aplicaba principios keynesianos (de ahí la transversalidad de las actuales reacciones y de ahí la importancia de que la izquierda haya ocupado en España este espacio). Para colmo, lo queramos o no, esta globalización neoliberal se va pareciendo cada vez más estructuralmente a lo más aberrante del capitalismo de Estado al que condujeron las revoluciones comunistas. Cambiemos la retórica de la comunidad por la de la subjetividad y el juego está hecho: el poder y el control de la economía cada vez en manos de menos gente, la política tutelada, la propiedad privada cada vez más cercenada. Con un agravante: aunque no lo consiguieran, el llamado socialismo real se preocupaba por el bienestar social de forma igualitaria. Al neoliberalismo esto no le preocupa. Le basta con conceder pequeños privilegios a unos pocos, lo suficiente para que se sientan parte del entramado. En este contexto, hemos llegado a la paradoja impensable hace años de que sean los partidos de izquierda los que cada vez más defienden a las PyMEs y en breve empezaran a hacerlo con el nuevo trabajo autónomo precarizado. Por eso no les queda otro recurso en tiempos de crisis (y aprovecho para insistir en que la actual es ya estructural) que apelar al miedo, al sálvese quien pueda. Cuesta comprender la tozudez de una parte aún tan elevada de la población que se siente de algún modo privilegiada, pero sobre todo asombra su egoísmo. No calculan el que los hijos sin trabajo, o con trabajos mal pagados, que aún mantienen se traducen en ingresos de los que se les priva. No calculan que la pérdida de servicios empeora su nivel de vida. Me recuerdan mis discusiones con los vegetarianos, cuando les digo que si fueran consecuentes deberían replantearse su forma de entender la naturaleza, deberían considerar el que las plantas no son distintas, en lo esencial, de los animales. A lo que responden que carecen de sistema nervioso central, que no sienten (cuánto se parece el razonamiento a aquello de que los animales no tienen alma), etc. Les replico de inmediato afirmando que todo depende de algo muy sencillo: de si tú eres hombre, conejo o tomate. Pues lo dicho, en la calle Génova debería haber celebrado ese uno por ciento de privilegiados y basta. A quienes desde otra condición, en el actual sistema, les parece motivo de algarabía, sencillamente les digo: hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, tú eres tomate. Caimán no come caimán. Es hora de que empecemos a diferenciar más nítidamente entre quién está intentando ayudarnos y quién nos está amargando la vida.

P. D. Mientras escribía esto llegó el cartero. Como llamó para hacer la entrega sabía que era una multa de tráfico. Sólo esas llegan directamente a tus manos. Ni siquiera el comercio por Internet funciona así. En Italia, si estás en casa da lo mismo, con el correo ordinario te dejan automáticamente el aviso para que decidas cuándo puedes perder más de media hora en retirarlo. Hasta hace poco, las empresas privadas, que sí te lo llevan a casa, se preocupaban por buscar fórmulas alternativas cuando estás ausente. Llegaron a hacer acuerdos con tiendas para que realizaran el servicio de punto de entrega, solución excelente, pero que no debía resultar rentable. Al poco tiempo cambiaron de modalidad y empezaron a invitar al cliente a acercarse a un almacén en la periferia de la ciudad a retirar los paquetes. Es decir, pagas más por el servicio y te añaden una hora de tiempo perdido y gastos a tu cuenta. No encuentro mejor manera de ilustrar la eficacia de las privatizaciones de lo público.

Resaca electoral

El lunes llega sin novedades. Seis meses de circo que no han servido para nada. Quienes intentaron aniquilar al enemigo con campañas mediáticas sólo se han conquistado un discurso que los hechos harán caer pronto en el olvido. Quienes trataron de coger fuerzas de flaqueza, obligados a morder el anzuelo del tirón que da el optimismo de las buenas previsiones, sólo han salvado los muebles (que no es poco, con lo que ha llovido). Quienes han tratado de esconder sus vergüenzas apelando al miedo de los bárbaros, han conseguido una victoria estéril y, probablemente, pírrica, ya que hay nubarrones en el horizonte y se acercan temporales.
El camino es largo y queda mucho por aprender. El neoliberalismo ha creado mecanismos de identidades que se basan en sentirse parte de un poder, partícipes de un beneficio. Es un hueso duro de roer. Lo hemos visto en Italia durante el berlusconismo, que parecía no tener fin. Pero también del ejemplo transalpino se puede aprender, pues la alianza con el enemigo para cambiar la situación acaba convirtiéndote en el enemigo. La posibilidad, aunque remota, de sacar al PSOE de sus ambigüedades se ha diluido por ahora. El voto útil de la derecha, come era previsible aunque las encuestas tampoco lo anunciaran, ha funcionado. Sin elecciones de por medio, y mientras las consecuencias de la austeridad que prosigue lo permitan, habrá menos escándalos de corrupción y los ministerios empezarán a tener más cuidado en su preparación de montajes contra los enemigos políticos.
Los milagros resultan difíciles de fabricar. Syriza tardó ocho años en llegar al gobierno y lo hizo gracias a una situación mucho más trágica aún de la que encontramos en los demás países mediterráneos europeos. Desgraciadamente, en la lucha entre quienes necesitan una esperanza y quienes son partidarios del sálvese quien pueda, en España han vencido aún los últimos. Se pierde una buena ocasión. Bastaba con que los votantes hubieran mantenido sus preferencias de diciembre y, sin esa fuerte abstención que ha marcado estas elecciones, se podría haber exigido un verdadero gobierno de transformación. Pero es difícil cuando toda la maquinaria se pone a jugar en tu contra, algo con lo que se podía contar; es difícil cuando te colocan como muro de contención a quienes deberían ser tus aliados. Circunstancia incómoda y, en cierto modo, diabólica, porque si Unidos Podemos hubiera subido a costa del PSOE, los números tampoco habrían dado para un gobierno alternativo. Y aquí, dejémonos de juegos, la pinza era otra e, hipocresías aparte, el objetivo ha estado marcado por los poderes: tú me salvas a mí y yo te salvo a ti. Otro éxito amargo, pues al final la partida quedó en tablas.
¿Qué podemos sacar en claro de todo este proceso? ¿Puede haber algo de positivo? Tal vez, curiosamente, paradojas. Esa izquierda que se mueve con aspiraciones altruistas y que busca recuperar los derechos sociales y una política más solidaria, acababa de hacer piña para conjurar los peligros del Brexit.  El sábado, se lamentaba del voto de los británicos y miraba con ojos esperanzados las expectativas del 26J. Esperaban también una señal positiva, una constatación de esas nuevas fuerzas de convergencia españolas que estaban mostrando un camino hacia el éxito. Pero precisamente, preocupándose por el interés común, y haciendo lo que se debía hacer, tal vez se les escapaban cuestiones más prácticas, más logísticas. Algo que sí sabían bien los poderes económicos, que daban por descontada la continuidad, aunque interina, del PP y sólo miraban a España de reojo.
Cierto que, para muchos, es una pena que se retrase un cambio político, que se dilate y tenga continuidad esa defensa vergonzosa de un estatus que está costando el malestar de una parte cada vez mayor de la población. Sin embargo, no creo que sea preciso flagelarse y tratar de buscar responsabilidades. Todos han jugado sus bazas y las han jugado bien. No me resulta claro que una campaña agresiva centrada exclusivamente en Podemos no hubiera causado mayores daños. La presión indujo a una coalición arriesgada, pero por separado es muy difícil que con esta ley electoral se hubieran obtenido mejores resultados. Se ha dado un paso que puede ser positivo para el futuro y, a pesar de no servir para asaltar los cielos, se ha contado con la flexibilidad necesaria para encajar el golpe. Lo peor ha pasado y dar ahora marcha atrás sería un grave error. No hay que felicitar, aparte de formalmente, a los adversarios, pero tampoco cargarse con culpas que no te corresponden. Se han sacado muchas cosas positivas. Se han creado formas de identidad más amplias, se ha sumado, se ha crecido. No como votos, pero sí en los actos (tal vez lo que hacía presagiar un mejor resultado). Muchos se preguntaban si Unidos Podemos había tocado su techo actual, pero mi sensación es que a su vez ha tocado suelo. Sale reforzado en muchos aspectos si se sabe leer la situación correctamente. Por lo que respecta a la coalición, la mejor estrategia es seguir buscando esa suma de activismo social que ya anunciaban, mientras que, como  partido, Podemos debería consolidar su organización, tarea que quedó a medias, pero que es necesaria para lograr una mayor fidelidad de voto en áreas donde posee poca representación. No olvidando que, también paradójicamente, las elecciones que más fuerza le dieron fueron las perdidas en Cataluña (donde también una nueva coalición destinada a crecer empezó perdiendo terreno) y, sobre todo, que basta mirar al horizonte para saber que llegan tempestades.

El PSOE y la terrible atracción al pasokismo

buripsoeHace escasos días concluía una entrevista para el canal Class CNBC italiano indicando cómo el riesgo del PSOE frente al nuevo escenario postelectoral previsible era el de acabar como el asno de Buridán, falleciendo víctima de su indecisión a la hora de elegir. Acostumbrado durante décadas a tener todo bajo control, ha sido incapaz de darse cuenta de que las recetas mediáticas se le han ido quedando viejas. Sus asesores de campaña dan la impresión de ser un anticuado equipo de publicistas que no son conscientes de en qué medida resultan estériles sus propuestas cuando no se atiende debidamente a las condiciones cambiantes del mercado. El espacio a su izquierda se ha vuelto líquido, informe, en permanente mutación y transformación. Para colmo, persisten en su empeño de seguir echando leña al fuego en medios que alcanzan a un sector social que, por edad y por estatus adquirido, resulta un terreno poco apto para ganar acólitos. A la vez, esta actitud invalida la credibilidad necesaria para penetrar con fuerza en otras esferas, donde es preciso contar con colaboración más participativa y espontánea. Sus fieles seguidores, como le ocurre a los de la derecha, tal vez inducidos por consignas, se mueven torpemente, lanzando con insistencia panfletos virtuales en los comedores de las casas de amigos y enemigos, obligándolos, en el peor de los casos, a que dejen de seguirlos.

Pero no son éstos los principales problemas. Si el presente ciclo electoral se abre con el peregrinaje al Caribe, sólo cabe sospechar que el temor y la desesperación han alcanzado cotas considerables. La fórmula lleva a sus espaldas un periodo de tantos meses que cualquier asesor inteligente debería haber advertido del rien ne va plus. A menos, y es lo único que podríamos deducir, que se esté respondiendo con una guerra de trincheras, a la defensiva, intentando no causar más bajas a través de ese empleo de clichés, estereotipos y estrategias del miedo, destinadas a quienes ya les votan.

En todo esto, la ilusión ha cambiado de bando. El PSOE quemó parte de la munición de su anterior programa en absurdos tanteos demoscópicos, sin darse cuenta de que había que construir en breve un nuevo discurso de campaña. Si pensaron en la eficacia de los medios a su favor para trasladar la culpa de sus propias contradicciones a Podemos, pecaron de ingenuos. Si confiaron en la contundencia de dañar la imagen de Pablo Iglesias repitiendo su nombre insistentemente en determinados contextos, mientras periodistas afines añadían los adjetivos pactados, se olvidaron de ocultar la tramoya. En cualquier caso, la incógnita por resolver es si van a saber reaccionar desde su actual bohío.

Ahora bien, nos queda otra posible interpretación en el aire. Tal vez la imagen del asno de Buridán no sea el emblema que verdaderamente les corresponde. En el fondo, hay una forma de desalentar al votante que busca una alternativa al gobierno del PP y que ha dejado de identificar en los socialistas tal opción: coaccionarlos. El PSOE se había erigido durante decenios, casi por antonomasia, en el intérprete de este rol, pero ahora parece dispuesto a hacerlo por decreto ley. Asumido el riesgo del abismo, han dejado de mirar el precipicio escondiendo la cabeza bajo tierra. El miedo al vacío ha sustituido su atracción por la del pasokismo. Acuñemos el neologismo, pues se prevé útil de ahora en adelante. Optar por la gran coalición, y más aún a destiempo,  es hacer invisibles a los más de 6 millones de ciudadanos, y a parte del propio electorado, que reclaman otro tipo de respuestas políticas y que de inmediato estarán pensando en aquello de la copla a la que los conduce el razonamiento: ni contigo, ni sin ti. No deja de ser curioso el que el PSOE se haya equivocado tantas veces recientemente a la hora de tomar sus decisiones, pero lo más paradójico es que casi siempre lo haya hecho desde una lógica que implica altas dosis de arrogancia, presuponiendo el tener siempre todo bajo control. Nada impide el que estos votantes reaccionen de forma contraria y busquen una nueva mayoría que prescinda de unos socialistas que no se declaran dispuestos a tutelarlos.

El PSOE, que tal vez ante las inminentes reacciones negará, aunque la suerte esté ya echada y a todos les resulte evidente, parece dispuesto a la definitiva transformación pasokista. Un ridículo golpe en la mesa, un intento desesperado por agarrarse, de nuevo, a otra rancia receta: la de un voto útil que ahora quieren presentar como forzado, como una condena a hacernos pasar por el aro. Demostrarnos, en el fondo, que no se puede, pero ahorrándose el tener que decirlo explícitamente, ya que eso se vería como un regreso, aún más imprudente, a la justificación inicial de esta crisis. Sólo que intentar cortar en flor las esperanzas no se diría lo más aconsejable. A la gente, y más cuando se acumula malestar y enfado, le gusta elegir. Los comportamientos estalinistas parece que han cambiado también de bando.  En plena exasperación, la carta del chantaje está destinada a causar el efecto opuesto. Ahora, sólo a Unidos Podemos le corresponde la tarea de enfrentarse a las políticas neoliberales que hasta diciembre Pedro Sánchez afirmaba combatir. La supervivencia del PSOE queda en las manos de los más fieles que, por circunstancias, se identifican, directa o indirectamente, con el aparato de partido. Tal vez así, los poderes tengan más margen para intentar dar el necesario empujón al PP sin dañar la rueda de repuesto para el futuro que parece ser C’s, quienes hasta ahora podíamos supuestamente definir como el principal chivo expiatorio, sobre todo si leíamos entre líneas unas siempre sospechosas encuestas en las que todos parecían subir.

La Moncloa puede esperar

Escuchando a Julio Anguita valorar los resultados de las elecciones a uno le viene el miedo de estar equivocándose en algo. Es imposible no admirar la sagacidad de este clarividente político, capaz de haberle sacado los colores en su momento a todo el europeísmo de pro y sin contras, herencia de una postmodernidad engañosa, en la que el púrpura intenso cegaba con tan fuerte impresión que no permitía presagiar que esos destellos eran del arrebol que precede al ocaso. La inteligencia no estaba muy de moda por aquel entonces y, si asomaba, era fácil de hipnotizar para dejarla suspendida más allá del horizonte, en un falso infinito de estudio poblado de amapolas.
Anguita era en aquellos años, como sigue siéndolo ahora, una de esas especies raras fuera de cualquier tiempo y lugar, a quienes su concreción y pragmatismo les permite que no desentonen allá donde se encuentren, porque la sagacidad tarda poco en abrirse paso. Alguien así, nunca se pierde y siempre halla la salida.
La clarividencia, sin embargo, tiene sus riesgos. ¿Quién le iba a decir a Anguita que la propuesta del reparto del empleo, anatemizada en 1993 por toda la derecha iluminada y por los estertores del felipismo, iba a tener en nuestros días tan abyecta metamorfosis? No hay que apurarse. Todo cambia muy deprisa ahora y es difícil prever el haz y el envés de una moneda al vuelo.
Nos dice Anguita que el destino del futuro gobierno está marcado y a uno esto le da bastante miedo. Y no porque se proponga una alianza contra natura, la menos deseada por los votantes, pero la que más sencilla resulta que surja de la chistera del imaginario económico y político europeo: nada menos que PP y PSOE bailando juntos pero revueltos, abrazaditos y a ritmo de tango, porque los vaivenes de hoy hacen que un vals sea imposible. Razonable, a fin de cuentas, porque Rajoy después se desmarca para hurgar en la herida de su futuro compañero de danza, sabedor de que en Andalucía le están preparando la sevillana, y mirándolo a los ojos le dice: te elijo a ti. Pero en esta ocasión Anguita lo embadurna todo con el contexto, colando a contramano la convergencia de la izquierda como preparativo para una larga espera que pide ya cimientos, de manera que uno no sabe bien si prestar atención a la prótasis, a la apódosis o a la conveniencia de la relación condicional. Nos quedamos con que sin duda el día iba de tanteos prematrimoniales.
Yo, que me he pasado medio año vaticinando remontadas de Podemos e ingobernabilidad navideña, nunca le calculé a los resultados de estas elecciones menos de seis meses ni más de dos años. Entre otras cosas, porque si Europa dicta, hay que montar el teatrillo. Pero también estoy acostumbrado a corregir mis suspicacias y a no confundir lo que sucede con lo que me gustaría que sucediera. Nunca me creí ese casi 30% de votos que algunas encuestas le asignaron a Podemos hace poco menos de un año, error de cálculo originado tal vez por la falta de costumbre de encontrar una fuerte intención directa de voto, o bien explicable, con cierta malicia, como fruto del deseo de recibir cualquier beneficio compasivo de quienes nos reclaman tanta austeridad, chantajeándolos con el miedo. Da igual. Me sorprende, sin embargo el que la derecha de a pie e incluso la periodística estuviera alarmada ante el pavor por las “hordas comunistas” (qué revelador el rescate del lenguaje del pasado para quienes se obstinan en vivir en otro siglo, dicho sea de paso). Si hubieran reparado en la comodidad, puesta de manifiesto desde la primera rueda de prensa, de un animal mediático como Pablo Iglesias, que ahora añade púlpito gratis a su apellido, que sale de las tertulias semiverduleras para jugar un papel que es el de su casting, se habrían dado cuenta de que para Podemos, sudoroso tras atravesar el desierto con las tablas de la ley, esto es el oasis donde el desgaste es por fin el de los otros. No sabría definir la proporción, pero ni aún llenándole de tachuelas el camino van a impedir que crezca. Para que entren en un gobierno se van a necesitar garantías que ninguna coalición especulable podría satisfacer.
Pero entre todos los descartes se olvidan dos aspectos dramáticos. El primero es el triste rol de Ciudadanos en cualquier quiniela. Populares y socialistas haciendo su política, ejerciendo las máximas y las mínimas del despotismo ilustrado, reformando deprisa para ver si así no les queda a otros nada que intentar reformar, o bien aliviando la austeridad, pero sin ofender a quien de verdad manda. Todo obligatoriamente bajo el signo de las medias tintas; inesperado contraataque tras un centro robado. Ciudadanos se revela como el pelele que ha sido sin que apenas se notara: un muñeco de trapo que hay que dejar en el armario por si todo se tuerce. De muleta a rueda de repuesto. Faltó algodón para rellenarlo, porque, cuando decidió volcar su ambición hegemónica hacia la querencia, le pararon los pies y se quedó casi donde estaba. Si esos resultados hubieran sido los de Podemos, el lunes todos los periódicos habría hablado de desaparición, a los sumo con matices. Los números no dan para otros juegos malabares y, si ya es difícil que Sánchez acepte el pacto con el diablo de la pasokización, imaginemos una solución con quien te has estado dando codazos para entrar al centro del vagón lleno en plena hora punta. Es lo mismo. La credibilidad quedaría mermada en una alianza con la vieja política; por mucho que se apele a la responsabilidad de Estado, asoma la goma de la careta. A Rajoy le fue bien con el regalo de Navidades para levantar los ánimos del electorado, pero la ofrenda de los Reyes Magos a sus posibles compañeros de baile parece un delirante cortejo. Eso, o que uno acabe por descubrir que los que mandan en los escaños, mandan tan poco que, con un soplo, les hacen comulgar con ruedas de molino y de repuesto.
La segunda objeción es más grave. Cuesta creer que se le escape a Anguita. El pueblo ha votado y, aparte cábalas que no merece la pena seguir aireando, lo cierto es que, aun ganando Rajoy y resistiendo la vieja política, la tendencia mayoritaria es de lo que venía definiéndose desde hace algunos siglos como izquierdas. Pues eso, el pueblo parece el convidado de piedra, se le presupone el actor pasivo que traga lo que le echen: ya ha votado, fiat voluntas tua. Y nuestros pueblos han demostrado ser bastante heroicos. Con sus dificultades, con sus transversalidades, con todas sus identidades. No va a hacer falta que Podemos los incite. Ya se cuidarán de no hacerlo. La lucha ha cambiado de reglas y de escenario. Tampoco lo hará IU. El proceso de reforma constitucional que se esboza en lontananza parece de nueva cocina y con ingredientes genéticamente modificados. Y no hay que olvidar que ya es raro mover peones sin atender al aderezo de las previsiones demoscópicas. ¿Qué reformas nos esperan? No es, no puede ser, con tan distintos cocineros, lo que se está pidiendo ni para lo territorial, ni para lo social. España está entrando a Urgencias y va a ser atendida por un estilista en la sala de espera, donde le van a dar, en lugar de medicina, un descafeinado. A menos que todo esto sirva para marear la perdiz, llenar periódicos de debates y de titulares y ver si a falta de brotes verdes nos vamos acostumbrando a los de soja. Desgraciadamente, la gente entiende de economía a final de mes, cuando mira el saldo y, en lo restante, el pueblo español ha demostrado la madurez necesaria como para que no lo vuelvan a engañar con pantomimas.
Lo siento mucho, seré poco clarividente, algo pesimista, demasiado de parte. Se me debe estar escapando alguna cosa. Pero por más que miro desde un ángulo y desde otro, si las intenciones son éstas, ni veo claro el gobierno, ni veo claros los cuatro años.

El voto cautivo y el voto de identificación

Durante años, en Italia, había que armarse con linternas y focos, había que escudriñar los rincones más remotos para encontrar un votante declarado de Berlusconi. Quien más y quien menos podía contar con la nítida lectura que permitían los resultados electorales para comprender que el trasvase de la Democrazia Cristiana cuadraba, que habíamos pestañeado un momento y donde antes estaban ellos ahora estaba escrito Forza Italia. Tangentopoli se había resuelto, a la postre no resuelto, de esta manera, como si ahora en España se sustituyera en bloque al PP por Ciudadanos: una garantía para que nada cambiase.
Hablar de voto cautivo para explicar resultados de mayorías es usar un concepto insultante para muchas personas. Desgraciadamente, si buscamos razones, hallaremos un mecanismo más perverso, que tendríamos que asumir para comprender correctamente lo que sucede en nuestra sociedad. No niego la existencia de votantes que desgraciadamente no tienen casi elección. La complicidad social tiene grados y la ideología tiene capacidad de sobra para ponernos en bandeja coartadas y autoengaños con que justificarnos, pero no todo se puede meter en el mismo saco. Hay niveles directos de implicación en las esferas sociales vinculadas más estrechamente con la política, ya sea por beneficios recibidos, ya sea porque se ve en peligro el estatus, pero por fortuna, aunque no son casos aislados, sí son muy extremos. Se diría que además resultan de sobra compensados por quienes desgraciadamente han empezado a quedar al margen, por quienes carecen de trabajo y de influencias.
Regresando al ejemplo italiano del que partía, hay otro síntoma alarmante cuando consideramos a día de hoy lo que significó Mani Pulite: en los 90 había una moral pública que podía hacer caer de un plumazo un entero partido, incluso aunque se tratara de una de las piezas claves constituyentes de la República italiana en 1946. Sin embargo, nadie se rasgó las vestiduras, ni dijo que se estuviera atentando contra el pacto social. Al contrario, hubo un sentimiento nacional de vergüenza. Con los democristianos, escindidos y polarizados hacia otras alianzas, cayó también Craxi y las siglas que representaba se diluyeron, a pesar de tímidos esfuerzos por hacerlas rebrotar. No volverían ya a ser determinantes.
En estas condiciones, lo que uno se esperaría sería la desaparición del votante de dichas opciones, pero no la invisibilidad del votante nuevo. Este fenómeno se puede analizar de dos maneras. La sociología tiende a hacerlo a partir de datos, pero éstos no siempre explican lo que captamos a través de sensaciones, mediante el análisis directo que nos proporciona el contacto con las personas. En este sentido, lo que Forza Italia supuso con ese gran anatema político que constituía la representación directa de los intereses económicos privados en el Estado, revelaba un peligro que la socialdemocracia debería haber estudiado en su momento. El voto a Berlusconi era un voto de identificación, de pertenencia a un engranaje, no ya a una clase social. Había empezado a instalarse el discurso de que si le va bien a quien te ha dado el puesto de trabajo, será también beneficioso para ti. De ahí esa contradicción, en un periodo de incertidumbre en que, con los primeras metas conseguidas de esa llamada sociedad del bienestar, los desajustes que actualmente padecemos no se vislumbraban en el horizonte. Lo cual marcó, ante la completa ceguera de la izquierda, una transición desde la conciencia de clase del pasado siglo hacia nuevos modelos de identidad. Y ahí, el poder mediático que Berlusconi monopolizaba le hizo ganar decisivamente terreno. Por eso había en sus votantes una cierta conciencia de culpa que los convertía en mayoría invisible, al menos durante la primera década de existencia de este partido y de su transformación en las sucesivas coaliciones.
No obstante, hubo una ceguera mayor, que ha llegado casi hasta nuestros días, el grave error de la socialdemocracia y de su abrazo a la remodelación de la tercera vía era, si consideramos estas premisas, el definitivo suicidio político al que puede verse abocada si no rectifica urgentemente: al reducir gradualmente el peso de lo público, redujo visiblemente el peso de voto por identificación, que fue yendo a parar poco a poco a manos de los representantes de quienes tutelaban legítima o no tan legítimamente, según hemos comprobado, los sectores privados para los que ahora cada vez más gente trabajaba. Romper esta cadenas de identidades sólo se puede conseguir recobrando el terreno perdido y politizando la esfera pública, ampliando los márgenes de participación ciudadana. Pero la espectacularización mediática a la que hábilmente nos han sometido supone un obstáculo. La influencia de ésta sólo ha empezado a quebrarse con el paulatino protagonismo que van adquiriendo las nuevas formas de comunicación y las redes sociales, lo que en gran medida ha permitido la actual momentánea reacción.
Es evidente que Podemos ha sido la iniciativa, ahora ya transformándose en partido, que mejor ha leído nuestro panorama. Pero su base es la de los nuevos niveles de marginación social: el paro, la precariedad, las jóvenes generaciones no integradas en el sistema, el descontento intelectual y la intolerancia ante la corrupción. Careciendo de otras fuentes de voto de identificación, sus límites actuales de apoyos pueden oscilar entre un 15 y un 30% de votantes potenciales. Algo que parece un milagro para un partido que aún está construyendo su infraestructura. Para un asalto al poder se va a necesitar algo más. A tenor de lo previsible, en el actual laboratorio de estas elecciones municipales parece que esa otra vía, con estrategias integradoras como Syriza, pero con formas de organización más cercanas a las de Podemos, se pueda presentar como una solución más exitosa, como un camino adecuado para recoger mayores consensos. La mejor noticia de todo esto, en el caso de que los resultados ratificaran las previsiones, es que muchas personas empezamos a recobrar una opción política que nos represente. La duda, que ha de resolverse el próximo 24, es si en las próximas generales convendrá apostar por un Ahora España, mientras Podemos termina de organizarse, sin precipitación y sin pasos en falso. Ya sabemos por otras formaciones emergentes que la prisa no es buena consejera. La prudencia, a pesar de la necesidad de aprovechar un momento clave, con que Podemos ha renunciado a las municipales es garantía de voluntad de hacer las cosas bien. Y si algo es imprescindible, considerando lo que se otea en el horizonte, es que las cosas se hagan bien.

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