De Fernando Martínez de Carnero

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Otra apología del error

1 – Los laberintos de fractales

La política tiene privilegios de los que carece el ajedrez. Para que esta afirmación se entienda, tendré que explicar primero a los profanos en este juego lo que es un zugzwang. Se trata de una posición que en sí misma no presentaría desventajas, salvo por el hecho de que te toca mover. Empiezas a analizar y te das cuenta de que todas las opciones son malas, te hacen perder la partida. Te gustaría ceder el turno a tu adversario, pero las reglas te lo impiden. Sólo te queda la opción de elegir la jugada más complicada, la que genera más variables, y rezar para que tu adversario se equivoque.

Zugzwang significa en alemán «obligación de mover», de zug, jugada o movimiento de pieza, y zwang, coacción, obligatoriedad.
Zugzwang significa en alemán «obligación de mover», de zug, jugada o movimiento de pieza, y zwang, coacción, obligatoriedad.

Cuando en enero Rajoy decidió no mover ficha, se decantó por otro juego. Le tocaba a los demás interpretar si era lo obligado, como en el dominó, o de si se trataba de una retirada estratégica, como en el póquer. Se veía a la legua que la decisión era sabia. Dejaba a Pedro Sánchez mucho más en zugzwang de lo que las urnas lo habían hecho. Y, como mandan los cánones, éste se dedicó a enredar la partida, a remover lo más posible las piezas en el tablero. Todas las estrategias eran malas, por lo que servía la cosmética, incluso la mediática, para tratar de salir del atolladero.

En el ecuador de la campaña, antes de que no quedara más remedio que tratar de exprimir la baza del optimismo, sostuve que Unidos Podemos estaba en una lucha desigual y que lo aconsejable era tratar de apuntalar lo que se había conseguido. La sugerencia era buena, aunque el razonamiento era, en parte, malo. Suponía que la presión mediática estaba destinada no a ganar electores, sino a evitar ulteriores pérdidas. Los espacios televisivos y los de la prensa tradicional tienen el mismo defecto que las redes sociales: se han convertido en autorreferenciales. Por eso me pareció que había una barrera en el intento de ganar nuevos electores.

Sin embargo, lo que en realidad ocurre es que a España le han vuelto a crecer de otra forma las dos Españas. Ambas han encontrado su sitio y su discurso y ambas presentan la misma división e incluso la misma asimetría. Si en la España envejecida impera el neoliberalismo, en la joven lo hace su adversario. Todo depende de la cercanía o de la lejanía, del grado de exclusión o de inclusión en el engranaje. Y en este quiasmo, en este fractal laberíntico, es ahora imposible cambiar de dimensión sin que lo que hay a tu alrededor cambie a su vez, dejándote siempre en el mismo lugar.

Frente a la sabiduría de la quietud, propia también del cruel depredador agazapado, la joven ambición puede convertirse en energía malgastada cuando la tentación del doble o nada la guía. En un espacio político tan delicado, ya no se trata de suelos o techos. Aparte de otras causas que han condicionado los resultados negativamente, nadie puede alzar la cabeza en la nueva alternativa política reivindicando los propios galones. El asalto a los cielos también falló y lo hizo porque los equilibrios son precarios: lo que vas ganando por un lado, lo vas perdiendo por el otro. Sirve guerra de trincheras, hace falta consolidar espacios y adquirir mayor fidelidad de voto. El próximo zugzwang llegará solo, de la mano de las contradicciones entre lo prometido al pueblo y lo exigido por los poderes. Y si algo enseña el contemplar con estupor lo poco que cuenta la ética, es que no debemos temer el que un falso regeneracionismo legitime de nuevo las políticas neoliberales. La indignación crece en el bolsillo.

2 – Regreso al futuro

Sólo un breve apunte para concluir. Echenique acaba de solicitar la participación a todas las bases de Podemos para hacer un análisis de lo que no ha funcionado. Como en el caso de la campaña artística espontánea a favor de la candidatura de Manuela Carmena, lo importante, la propaganda, no es el resultado, que también ha de ser útil, sino el gesto en sí mismo. Podemos vuelve a sus orígenes, pero no desde la protesta, sino desde la participación ciudadana. Es lo que toca.

Por su parte, Garzón saca la energía necesaria para invitar a la reflexión sin tener que rendirse o dar marcha atrás: otra noticia significativa. Sabemos que con la actual ley electoral, el espacio político apenas da para tres partidos. Ciudadanos se queja y con razón; aunque esa razón se olvide de que el PCE e IU han sido desde la transición los verdaderos damnificados de esta injusticia. Conviene recordarlo.

A la búsqueda del voto perdido

1. Los agujeros negros de las urnas

Los cánticos del “Sí se puede” de la noche electoral frente a la sede central del PP escondían un enigma fácilmente descifrable, pero en el que nadie ha reparado. Dicha en ese contexto, una frase incompleta cambia de significado y se abre a nuevos interrogantes: ¿qué es lo que se puede? Dejemos al lector la tarea de interpretarlo.

Demasiada embriaguez para tan poca victoria. Había sucedido lo previsible. El boomerang que era Ciudadanos iba a ser la pieza sacrificada del voto útil y lo que había nacido como freno ante Podemos se convertía ahora en una rémora para los intereses neoliberales. No se podía aniquilar, tal vez ni siquiera convenía, porque ese deterioro que no paga el PP, esa impunidad electoral a prueba de escándalos, podría caer en picado en cuanto se consiguiera desalojarlos del poder. Sólo hace falta ver lo sucedido al berlusconismo en Italia para comprender el proceso. No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, parece decirnos la experiencia.

Pocas novedades sobre lo perdido quedan por aportar. En sólo un par de días se han ido añadiendo valoraciones muy correctas y lúcidas. Sí querría destacar, sin embargo, que lo ganado es sólo discurso. El PP tiene más fuerza para reivindicar su derecho a gobernar, amonestando a Ciudadanos y al PSOE con idénticos argumentos a los que de inmediato Pedro Sánchez ha usado contra Pablo Iglesias. Ciudadanos asume su papel y abandona el juego de ser la coartada de los socialistas para fingir el regeneracionismo desde dentro, sabedores de que se les ha ofrecido para el futuro la tierra prometida (cuando Inda no hace sucia demagogia, se le escapan ocultas verdades, así que señaló desde su contenido entusiasmo el largo y brillante futuro que le espera a Rivera). Los socialistas no responden a los mensajes. Los enemigos de la arrogancia sacan el macho alfa del armario convencidos de que lo peor ha pasado. Y lo peor, sin embargo, es que se acabó el teatrillo, toca hacer política y las cosas están como estaban. Unidos Podemos perdió una chance, pero el que respecto a diciembre sus argumentos queden cercenados no tiene en este momento relevancia, ya que no puede haber nuevas elecciones. De hecho, si las hubiera, sería un grave riesgo para los defensores de las políticas neoliberales. Voy a intentar explicar las razones.

Digo de antemano que, a pesar de la cautela con la que intento analizar siempre, llegué a creer en el sorpasso. Por lo demás, la victoria del PP gracias al voto útil de la derecha la di por descontada. También hasta diciembre me declaré contrario a la coalición. Podemos necesitaba definir antes su identidad y consolidarse como fuerza política parlamentaria. De lo primero se encargó la operación Ciudadanos, y habrá que ver con más perspectiva de tiempo si no fue un gran favor. Lo segundo vino con los resultados del 20D. Por otra parte, siempre he tenido claro que uno más uno no hacen dos. Los votantes de más edad ejercen su derecho como autómatas y, como ha sucedido esta vez, a muchos, les acaba faltando su papeleta. Eran bastantes los factores que hacían arriesgada la apuesta. Sin embargo, en enero cambié de opinión. Me pareció el mejor momento. Había una coartada: garantizar un gobierno de progreso. Había una oportunidad: por mal que saliera, se salvaban los muebles para los dos partidos. Había una motivación fuerte: las alternativas políticas son por definición asediadas y débiles, no puedes permitir que te enfrenten y lo estaban haciendo. Esto había que zanjarlo si se quiere ser influyente y el momento ideal era ahora. Salió cruz, pero, en efecto, se traducía en el mismo número de escaños.

Si algo resulta evidente es que, aparte de una tendencia de desplazamiento hacia la derecha por los miedos propagandísticos colmados por el Brexit, la mayoría del voto perdido de Unidos Podemos se ha quedado en casa. Ayer, comentando las razones en un grupo de discusión con periodistas italianos, apuntaba la necesidad de valorar si el abstencionismo se debía más a los votantes de Podemos o a los de Izquierda Unida. La cuestión es importante para sacar conclusiones útiles. Y lo hacía añadiendo dos reflexiones: en primer lugar, que existía un precedente de la primera alianza para las autonómicas catalanas, donde pasó exactamente lo mismo: grandes expectativas en las encuestas iniciales que se resolvieron en un retroceso y batacazo final. Cierto, el panorama político catalán es más complejo, las elecciones se presentaban como un referéndum en el que Podemos se quedó en tierra de nadie, etc., pero el dato está ahí: faltó fidelidad de voto. En segundo lugar, que el hacer demasiado dinámica y líquida la referencia política tiene grandes ventajas cuando tus adversarios te encuadran en el punto de mira, pero resulta débil desde el punto de vista identitario.

Valorando los datos para la entrevista que me hizo Pietro Marino, había notado que allí donde la coalición obtuvo incrementos no bastaron (precisamente en ámbito rural), pero donde se tenía más fuerza hubo incluso retrocesos notables, salvo, no es casual, las áreas en las que los procesos de convergencia habían ocurrido antes y estaban mucho más consolidados. El diagnóstico me parecía claro y, a la vez, induce al optimismo. De inmediato, me daban confirmación señalándome el artículo de Ignacio Sánchez-Cuenca (La caída de Podemos y el efecto IU) que aunque culpabiliza a la coalición sin muchos matices, deja en el aire algunas preguntas a las que nosotros habíamos dado ya respuesta. El factor de los nacionalismos no es relevante aquí. Hay una mayor caída allí donde IU era más fuerte porque los herederos del PCE son, como el partido comunista griego y el portugués, votantes con un enorme grado de identidad nutrida durante décadas, cayera lo que cayera, se obtuvieran los resultados que se obtuvieran. Algo que era más evidente allí donde IU aún había mantenido presencia parlamentaria, en las instituciones municipales y autonómicas, etc. Por otra parte, conviene tener presente que había existido mucho trasvase de IU a Podemos desde su nacimiento en las Europeas, que muchos habrán identificado en el joven partido la causa de una crisis que se echó encima cuando mejores perspectivas parecían abrirse en años; ese voto, aunque aún numeroso, era ya de resistencia.

Cierto, suman otros muchos factores y no hay que dudar de que hubo votantes de Podemos que no vieron con buenos ojos la división de la torta con un partido tradicional o los guiños hechos para tranquilizar a la opinión y a los poderes para seguir arañando votos en las esferas fronterizas. ¿Error de campaña? Tal vez, pero así es el juego de doble o nada; personalmente sólo me queda la duda  de hasta qué punto las victorias hoy se juegan en el centro. El electorado es muy heterogéneo en sus pretensiones y hay que hilar fino para no perder por un lado lo que vas ganando por el otro. En cualquier caso, creo que la presencia de líderes muy cercanos al 15M, como el mismo Alberto Garzón, o con una imagen compatible con la de Podemos, como Marina Albiol, o la de ideólogos de reconocido prestigio como Manolo Monereo no podía provocar ni mucho menos un rechazo. El votante de IU fue, en contra de lo previsto, más conservador que su militancia, pero la buena noticia es que el proceso es reversible y ya ha sido resuelto satisfactoriamente antes. Se trata de encontrar el modo.

Visto así, tal vez el voto de Podemos haya mostrado en realidad un suelo firme, con pocas fisuras. Para quienes están en el otro lado, para quienes convocaron estas segundas elecciones, en lugar de pactar una solución a la italiana, con el objetivo de buscar una segunda oportunidad de aniquilar a Podemos, la partida, analizado fríamente, se ha resuelto en tablas y con demasiados riesgos para nuevas urnas.

La mala noticia, tal vez, es que no sólo el intento de abrirse camino con la unidad, sino también el de aspirar a transmitir la sensación de ser una opción seria, de gobierno, en una línea mucho más moderada de como se les representa públicamente desde la otra orilla, también ha fracasado. La gente de más de 50 años sigue prefiriendo, en su mayoría, que les traigan los muebles montados a casa. Sin duda, podríamos hacer el análisis con ojos económicos de broker o con políticos de spin doctor, podríamos entrar en otro tipo de detalles, pero tal vez se nos escaparan sutilezas que sólo se ven desde una perspectiva panorámica. Hay que tener cuidado a la hora de calificar como errores las decisiones. Lo que no es rentable a corto plazo podría dar sus frutos en un futuro no muy lejano. Sería insensato dar marcha atrás. Crearía mayores debilidades. Estamos en un margen entre el 21 y el 26%. Cualquiera lo habría firmado a ojos cerrados hace un par de años. Ahora toca construir desde el suelo para alzar el techo.

2. Caimán no come caimán

Unidos Podemos estrenaba imagen y salía esta vez incorporando, en gran medida, la defensa de algunos aspectos de lo viejo con lo nuevo; y podía hacerlo porque lo que impera es aún más viejo. El papel del Estado sangra por los cuatro costados. Lo hacía cuando Theodore Roosevelt luchaba contra los monopolios y trataba de regularizar los mercados, cuando Lenin teorizaba sobre la fase imperialista del capitalismo o cuando la revolución nacional pequeño-burguesa que llevó a cabo el nazismo aplicaba principios keynesianos (de ahí la transversalidad de las actuales reacciones y de ahí la importancia de que la izquierda haya ocupado en España este espacio). Para colmo, lo queramos o no, esta globalización neoliberal se va pareciendo cada vez más estructuralmente a lo más aberrante del capitalismo de Estado al que condujeron las revoluciones comunistas. Cambiemos la retórica de la comunidad por la de la subjetividad y el juego está hecho: el poder y el control de la economía cada vez en manos de menos gente, la política tutelada, la propiedad privada cada vez más cercenada. Con un agravante: aunque no lo consiguieran, el llamado socialismo real se preocupaba por el bienestar social de forma igualitaria. Al neoliberalismo esto no le preocupa. Le basta con conceder pequeños privilegios a unos pocos, lo suficiente para que se sientan parte del entramado. En este contexto, hemos llegado a la paradoja impensable hace años de que sean los partidos de izquierda los que cada vez más defienden a las PyMEs y en breve empezaran a hacerlo con el nuevo trabajo autónomo precarizado. Por eso no les queda otro recurso en tiempos de crisis (y aprovecho para insistir en que la actual es ya estructural) que apelar al miedo, al sálvese quien pueda. Cuesta comprender la tozudez de una parte aún tan elevada de la población que se siente de algún modo privilegiada, pero sobre todo asombra su egoísmo. No calculan el que los hijos sin trabajo, o con trabajos mal pagados, que aún mantienen se traducen en ingresos de los que se les priva. No calculan que la pérdida de servicios empeora su nivel de vida. Me recuerdan mis discusiones con los vegetarianos, cuando les digo que si fueran consecuentes deberían replantearse su forma de entender la naturaleza, deberían considerar el que las plantas no son distintas, en lo esencial, de los animales. A lo que responden que carecen de sistema nervioso central, que no sienten (cuánto se parece el razonamiento a aquello de que los animales no tienen alma), etc. Les replico de inmediato afirmando que todo depende de algo muy sencillo: de si tú eres hombre, conejo o tomate. Pues lo dicho, en la calle Génova debería haber celebrado ese uno por ciento de privilegiados y basta. A quienes desde otra condición, en el actual sistema, les parece motivo de algarabía, sencillamente les digo: hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, tú eres tomate. Caimán no come caimán. Es hora de que empecemos a diferenciar más nítidamente entre quién está intentando ayudarnos y quién nos está amargando la vida.

P. D. Mientras escribía esto llegó el cartero. Como llamó para hacer la entrega sabía que era una multa de tráfico. Sólo esas llegan directamente a tus manos. Ni siquiera el comercio por Internet funciona así. En Italia, si estás en casa da lo mismo, con el correo ordinario te dejan automáticamente el aviso para que decidas cuándo puedes perder más de media hora en retirarlo. Hasta hace poco, las empresas privadas, que sí te lo llevan a casa, se preocupaban por buscar fórmulas alternativas cuando estás ausente. Llegaron a hacer acuerdos con tiendas para que realizaran el servicio de punto de entrega, solución excelente, pero que no debía resultar rentable. Al poco tiempo cambiaron de modalidad y empezaron a invitar al cliente a acercarse a un almacén en la periferia de la ciudad a retirar los paquetes. Es decir, pagas más por el servicio y te añaden una hora de tiempo perdido y gastos a tu cuenta. No encuentro mejor manera de ilustrar la eficacia de las privatizaciones de lo público.

Resaca electoral

El lunes llega sin novedades. Seis meses de circo que no han servido para nada. Quienes intentaron aniquilar al enemigo con campañas mediáticas sólo se han conquistado un discurso que los hechos harán caer pronto en el olvido. Quienes trataron de coger fuerzas de flaqueza, obligados a morder el anzuelo del tirón que da el optimismo de las buenas previsiones, sólo han salvado los muebles (que no es poco, con lo que ha llovido). Quienes han tratado de esconder sus vergüenzas apelando al miedo de los bárbaros, han conseguido una victoria estéril y, probablemente, pírrica, ya que hay nubarrones en el horizonte y se acercan temporales.
El camino es largo y queda mucho por aprender. El neoliberalismo ha creado mecanismos de identidades que se basan en sentirse parte de un poder, partícipes de un beneficio. Es un hueso duro de roer. Lo hemos visto en Italia durante el berlusconismo, que parecía no tener fin. Pero también del ejemplo transalpino se puede aprender, pues la alianza con el enemigo para cambiar la situación acaba convirtiéndote en el enemigo. La posibilidad, aunque remota, de sacar al PSOE de sus ambigüedades se ha diluido por ahora. El voto útil de la derecha, come era previsible aunque las encuestas tampoco lo anunciaran, ha funcionado. Sin elecciones de por medio, y mientras las consecuencias de la austeridad que prosigue lo permitan, habrá menos escándalos de corrupción y los ministerios empezarán a tener más cuidado en su preparación de montajes contra los enemigos políticos.
Los milagros resultan difíciles de fabricar. Syriza tardó ocho años en llegar al gobierno y lo hizo gracias a una situación mucho más trágica aún de la que encontramos en los demás países mediterráneos europeos. Desgraciadamente, en la lucha entre quienes necesitan una esperanza y quienes son partidarios del sálvese quien pueda, en España han vencido aún los últimos. Se pierde una buena ocasión. Bastaba con que los votantes hubieran mantenido sus preferencias de diciembre y, sin esa fuerte abstención que ha marcado estas elecciones, se podría haber exigido un verdadero gobierno de transformación. Pero es difícil cuando toda la maquinaria se pone a jugar en tu contra, algo con lo que se podía contar; es difícil cuando te colocan como muro de contención a quienes deberían ser tus aliados. Circunstancia incómoda y, en cierto modo, diabólica, porque si Unidos Podemos hubiera subido a costa del PSOE, los números tampoco habrían dado para un gobierno alternativo. Y aquí, dejémonos de juegos, la pinza era otra e, hipocresías aparte, el objetivo ha estado marcado por los poderes: tú me salvas a mí y yo te salvo a ti. Otro éxito amargo, pues al final la partida quedó en tablas.
¿Qué podemos sacar en claro de todo este proceso? ¿Puede haber algo de positivo? Tal vez, curiosamente, paradojas. Esa izquierda que se mueve con aspiraciones altruistas y que busca recuperar los derechos sociales y una política más solidaria, acababa de hacer piña para conjurar los peligros del Brexit.  El sábado, se lamentaba del voto de los británicos y miraba con ojos esperanzados las expectativas del 26J. Esperaban también una señal positiva, una constatación de esas nuevas fuerzas de convergencia españolas que estaban mostrando un camino hacia el éxito. Pero precisamente, preocupándose por el interés común, y haciendo lo que se debía hacer, tal vez se les escapaban cuestiones más prácticas, más logísticas. Algo que sí sabían bien los poderes económicos, que daban por descontada la continuidad, aunque interina, del PP y sólo miraban a España de reojo.
Cierto que, para muchos, es una pena que se retrase un cambio político, que se dilate y tenga continuidad esa defensa vergonzosa de un estatus que está costando el malestar de una parte cada vez mayor de la población. Sin embargo, no creo que sea preciso flagelarse y tratar de buscar responsabilidades. Todos han jugado sus bazas y las han jugado bien. No me resulta claro que una campaña agresiva centrada exclusivamente en Podemos no hubiera causado mayores daños. La presión indujo a una coalición arriesgada, pero por separado es muy difícil que con esta ley electoral se hubieran obtenido mejores resultados. Se ha dado un paso que puede ser positivo para el futuro y, a pesar de no servir para asaltar los cielos, se ha contado con la flexibilidad necesaria para encajar el golpe. Lo peor ha pasado y dar ahora marcha atrás sería un grave error. No hay que felicitar, aparte de formalmente, a los adversarios, pero tampoco cargarse con culpas que no te corresponden. Se han sacado muchas cosas positivas. Se han creado formas de identidad más amplias, se ha sumado, se ha crecido. No como votos, pero sí en los actos (tal vez lo que hacía presagiar un mejor resultado). Muchos se preguntaban si Unidos Podemos había tocado su techo actual, pero mi sensación es que a su vez ha tocado suelo. Sale reforzado en muchos aspectos si se sabe leer la situación correctamente. Por lo que respecta a la coalición, la mejor estrategia es seguir buscando esa suma de activismo social que ya anunciaban, mientras que, como  partido, Podemos debería consolidar su organización, tarea que quedó a medias, pero que es necesaria para lograr una mayor fidelidad de voto en áreas donde posee poca representación. No olvidando que, también paradójicamente, las elecciones que más fuerza le dieron fueron las perdidas en Cataluña (donde también una nueva coalición destinada a crecer empezó perdiendo terreno) y, sobre todo, que basta mirar al horizonte para saber que llegan tempestades.

El PSOE y la terrible atracción al pasokismo

buripsoeHace escasos días concluía una entrevista para el canal Class CNBC italiano indicando cómo el riesgo del PSOE frente al nuevo escenario postelectoral previsible era el de acabar como el asno de Buridán, falleciendo víctima de su indecisión a la hora de elegir. Acostumbrado durante décadas a tener todo bajo control, ha sido incapaz de darse cuenta de que las recetas mediáticas se le han ido quedando viejas. Sus asesores de campaña dan la impresión de ser un anticuado equipo de publicistas que no son conscientes de en qué medida resultan estériles sus propuestas cuando no se atiende debidamente a las condiciones cambiantes del mercado. El espacio a su izquierda se ha vuelto líquido, informe, en permanente mutación y transformación. Para colmo, persisten en su empeño de seguir echando leña al fuego en medios que alcanzan a un sector social que, por edad y por estatus adquirido, resulta un terreno poco apto para ganar acólitos. A la vez, esta actitud invalida la credibilidad necesaria para penetrar con fuerza en otras esferas, donde es preciso contar con colaboración más participativa y espontánea. Sus fieles seguidores, como le ocurre a los de la derecha, tal vez inducidos por consignas, se mueven torpemente, lanzando con insistencia panfletos virtuales en los comedores de las casas de amigos y enemigos, obligándolos, en el peor de los casos, a que dejen de seguirlos.

Pero no son éstos los principales problemas. Si el presente ciclo electoral se abre con el peregrinaje al Caribe, sólo cabe sospechar que el temor y la desesperación han alcanzado cotas considerables. La fórmula lleva a sus espaldas un periodo de tantos meses que cualquier asesor inteligente debería haber advertido del rien ne va plus. A menos, y es lo único que podríamos deducir, que se esté respondiendo con una guerra de trincheras, a la defensiva, intentando no causar más bajas a través de ese empleo de clichés, estereotipos y estrategias del miedo, destinadas a quienes ya les votan.

En todo esto, la ilusión ha cambiado de bando. El PSOE quemó parte de la munición de su anterior programa en absurdos tanteos demoscópicos, sin darse cuenta de que había que construir en breve un nuevo discurso de campaña. Si pensaron en la eficacia de los medios a su favor para trasladar la culpa de sus propias contradicciones a Podemos, pecaron de ingenuos. Si confiaron en la contundencia de dañar la imagen de Pablo Iglesias repitiendo su nombre insistentemente en determinados contextos, mientras periodistas afines añadían los adjetivos pactados, se olvidaron de ocultar la tramoya. En cualquier caso, la incógnita por resolver es si van a saber reaccionar desde su actual bohío.

Ahora bien, nos queda otra posible interpretación en el aire. Tal vez la imagen del asno de Buridán no sea el emblema que verdaderamente les corresponde. En el fondo, hay una forma de desalentar al votante que busca una alternativa al gobierno del PP y que ha dejado de identificar en los socialistas tal opción: coaccionarlos. El PSOE se había erigido durante decenios, casi por antonomasia, en el intérprete de este rol, pero ahora parece dispuesto a hacerlo por decreto ley. Asumido el riesgo del abismo, han dejado de mirar el precipicio escondiendo la cabeza bajo tierra. El miedo al vacío ha sustituido su atracción por la del pasokismo. Acuñemos el neologismo, pues se prevé útil de ahora en adelante. Optar por la gran coalición, y más aún a destiempo,  es hacer invisibles a los más de 6 millones de ciudadanos, y a parte del propio electorado, que reclaman otro tipo de respuestas políticas y que de inmediato estarán pensando en aquello de la copla a la que los conduce el razonamiento: ni contigo, ni sin ti. No deja de ser curioso el que el PSOE se haya equivocado tantas veces recientemente a la hora de tomar sus decisiones, pero lo más paradójico es que casi siempre lo haya hecho desde una lógica que implica altas dosis de arrogancia, presuponiendo el tener siempre todo bajo control. Nada impide el que estos votantes reaccionen de forma contraria y busquen una nueva mayoría que prescinda de unos socialistas que no se declaran dispuestos a tutelarlos.

El PSOE, que tal vez ante las inminentes reacciones negará, aunque la suerte esté ya echada y a todos les resulte evidente, parece dispuesto a la definitiva transformación pasokista. Un ridículo golpe en la mesa, un intento desesperado por agarrarse, de nuevo, a otra rancia receta: la de un voto útil que ahora quieren presentar como forzado, como una condena a hacernos pasar por el aro. Demostrarnos, en el fondo, que no se puede, pero ahorrándose el tener que decirlo explícitamente, ya que eso se vería como un regreso, aún más imprudente, a la justificación inicial de esta crisis. Sólo que intentar cortar en flor las esperanzas no se diría lo más aconsejable. A la gente, y más cuando se acumula malestar y enfado, le gusta elegir. Los comportamientos estalinistas parece que han cambiado también de bando.  En plena exasperación, la carta del chantaje está destinada a causar el efecto opuesto. Ahora, sólo a Unidos Podemos le corresponde la tarea de enfrentarse a las políticas neoliberales que hasta diciembre Pedro Sánchez afirmaba combatir. La supervivencia del PSOE queda en las manos de los más fieles que, por circunstancias, se identifican, directa o indirectamente, con el aparato de partido. Tal vez así, los poderes tengan más margen para intentar dar el necesario empujón al PP sin dañar la rueda de repuesto para el futuro que parece ser C’s, quienes hasta ahora podíamos supuestamente definir como el principal chivo expiatorio, sobre todo si leíamos entre líneas unas siempre sospechosas encuestas en las que todos parecían subir.

Las maravillas del retablo

Difícil no abrir boca y, sin embargo, callamos todos, tirios y troyanos, pendientes, todos los que el retablo mirábamos, de la boca del declarador. Nuestro retablo es cada vez más sofisticado y la tecnología nos permite movernos a su alrededor, pero nunca entrar y salir.

Toda buena representación se construye buscando la aquiescencia. El espectador tiene que estar dispuesto a aceptar, aunque sólo sea de manera imaginada, la veracidad de lo que está aconteciendo en ese espacio fingido. Resulta sintomático el que, cada vez más, empecemos a percibir cómo los recursos propios de la ficción se adensan en modalidades comunicativas que nada tendrían que ver con ella. Las noticias relatan hechos, que deberían ser verificados antes de transmitirlos públicamente. En los últimos meses, asistimos con frecuencia a modalidades de blitz informativos, con un relato tan construido, tan preparado a priori, que parece destinado a dejar fuera de juego tanto a los espectadores como a los verdaderos perjudicados del montaje, con el evidente propósito de que no quede títere con cabeza.

La complicidad del periodista títere resulta, en este contexto, uno de los aspectos más tristes del bochornoso espectáculo. El otro, es la crueldad que no repara en causar daños a terceros con la pretensión de arrancar cualquier posible titular con el que aplicar estereotipos que marquen machaconamente, como mandan las estrategias teorizadas y utilizadas por Rosenberg y Goebbels, a aquellos a quienes se consideran enemigos políticos. Los títeres desde abajo acabaron siéndolo desde arriba y, como a la postre todos saben, lo que la ficción quería denunciar acabó convirtiéndose en triste realidad esperpéntica. Sólo que seguimos viendo lo que se pretende que veamos: ETA, Al-Qaeda, violencia, rebelión, anarquía, peligro de la integridad nacional. Maese Pedro y el retablo de las maravillas quedarían más en el horizonte de esta fábula, a pesar de que todas las alusiones culturales mencionadas en defensa de los responsables de la obra se mantuvieran más en el nivel literal de la comedia del arte y de manifestaciones análogas.

Es en ese juego entre literalidad y sentido figurado, entre realidad y ficción donde los profesionales del estudio de la comunicación y del lenguaje tenemos que protestar y decir basta. No es tolerable que hasta hace escasas horas hayan permanecido en prisión personas que nada tienen que ver con la apología al terrorismo. Con otro agravante: a un Estado al que le preocupa de este modo tal riesgo, no se le debería ocurrir responder con un linchamiento mediático que ha lanzado a los cuatro vientos la supuestamente peligrosa frase Gora ALKA-ETA. Si citar, como en el caso de Zapata, se pretende que sea delito, ya están tardando en cerrar todos los periódicos, así como el blog desde el que escribo. A nadie se le escapa que, como aparece en muchos ejemplos en la prensa, la finalidad sea poder escribir “los títeres de Manuela Carmena”, sin que importe mucho el que la compañía fuera contratada previamente por Ana Botella o que el mismo espectáculo se presentara en Granada, donde la administración del PP está, por supuesto, libre de cualquier responsabilidad. Y no vale la escusa de para niños o para ancianos: la apología del terrorismo -que no necesariamente tienen que ser proclamas, sino que suele desarrollarse como discursos argumentados- ha de ser manifiesta para ser condenable, no puede depender de una opinión o de la interpretación subjetiva.

Aquí es donde se instala en pleno el discurso cervantino, en esa confusión de signos con el que ciertos sectores de nuestra sociedad pretenden actuar, dando validez a esa locura quijotesca que acaba destrozando el retablo. Por mal camino vamos si empezamos a confundir realidad y ficción y si, en este curioso retablo de las maravillas, los mismos espectadores llegamos a afirmar que vemos lo que no hay. Como nos recordaba Magritte, esto no es una pipa.

Con otra llamada de atención a quien le corresponda: el juego sucio se hace serio y no parece improvisado. La búsqueda de ingredientes apela a sentimientos atávicos, más elementales que los razonamientos que se plantean en la lucha por la hegemonía del discurso político: la infancia, la violencia, el poder, la justicia… Algo que llega a la demencia con la descripción de «apuñalamientos» o «violaciones» que, aunque estuvieran en el guión, no siempre en el modo en que se ha descrito, difícilmente pueden adquirir en la escenificación guiñolesca la plasticidad que el lenguaje usado sugiere. En cualquier caso, da igual que se sea ajeno a todo eso, lo importante es manipular con la asociación de realidades a atributos que no les pertenecen. Si Esperanza Aguirre osaba afirmar que Podemos usaba las técnicas de Goebbels en su discurso político cuando este partido se propuso abiertamente actuar con inteligencia en la lucha mediática, allí donde la izquierda había perdido identidades y cohesión, tal vez lo hacía porque hasta ahora pensaba que éstas y otras muchas formaban parte de su exclusivo patrimonio. Pero cuidado, una cosa es la propaganda política y otra un discurso de Estado o de instituciones, con la colaboración de la prensa y de los medios televisivos. Empezamos a transitar por arenas movedizas. Quienes se han manifestado en contra de las leyes mordaza deberían saber que es la legitimación que permite llevar a cabo detenciones lo que hace factibles estos montajes. Espero que algunos líderes sean de ahora en adelante más consecuentes con lo que han escrito en sus programas, independientemente de a quién puedan beneficiarle o no las consecuencias de estas campañas.

De qué va el juego

Llevo años acercándome a los productos que generan las nuevas tecnologías con una mirada inquisidora, tratando de valorar cómo, en un universo de infinitas posibilidades, nuestras mentes están limitadas y condicionadas por las experiencias previas. Lo nuevo de lo nuevo, al final, resulta ser el escenario.

Los juegos son, en este sentido, una pieza clave en el puzzle. De manera que, ante el estupor de propios y extraños, de vez en cuando me he ido apuntando, con la inestimable ayuda de mis hijos, a aquellos que veía que no requerían demasiado tiempo para dedicarles y me podían servir de referencia para lo que quería constatar. Y digo constatar porque, en efecto, uno ya puede intuir cómo funcionan, pero el reto está en tratar de penetrar en la lógica de los algoritmos que contienen, porque sólo eso te puede desvelar la contundencia de la tesis que sostienes tras un acercamiento inicial.

No niego que después se pueden encontrar satisfacciones inusitadas, si uno se lo toma con un cierto sentido del humor. Por ejemplo, en uno de estos populares juegos, que consiste en llevar un club de fútbol como una especie de presidente-entrenador, me divertí poniéndole a los jugadores nombres de escritores. Como el juego en cuestión se difunde por Facebook y, tarde o temprano, cuando instalas la aplicación en el móvil o en cualquier otro descuido, te modifican los permisos para que difundas, sin quererlo, y les hagas un poco de propaganda, no podía resistirme a la tentación de imaginar qué puñetas pensarían de mí mis amigos al leer el mensaje donde se decía que acababa de vender a Valle-Inclán y a Unamuno a un club congoleño.

La cuestión de fondo, en cualquier caso lúdica a la fuerza, es que se toman muchas molestias, a veces más de las deseadas, para que aunque intentes buscar puntos débiles, sólo exista una forma de ganar: gastándote dinero. Pongamos un ejemplo claro, siguiendo con el juego al que he aludido: tú puedes no subir de categoría y tus jugadores serán cada vez mejores, pero en la siguiente temporada el algoritmo (cuánto empieza a parecerse éste algoritmo a esas fantásticas leyes de nuestra economía y de nuestra sociedad) te coloca con los de tu nivel y así sucesivamente.

Si consideramos que la función del juego es un aprendizaje o una emulación, ya sabemos para qué se están preparando nuestros jóvenes: el mito de la competitividad y de la inversión, por lo demás fácilmente transformable en hurto cuando no hay producto o, como en nuestras vidas, cuando no existe el dinero que invertir. A uno le costaría mucho pensar por qué este tipo de juegos acaban siendo adictivos entre los jóvenes, si no fuera porque sabemos que no es el juego el que adoctrina (aunque de paso lo haga también y sirva de refuerzo), sino que aprovecha un sistema de valores que ya funciona en nuestra sociedad.

Pero llegados a este punto es donde captamos las paradojas, lo verdaderamente nuevo de lo nuevo: mientras en los juegos de nuestra generación las emulaciones eran un pacto con la imaginación, un acceder directa y más libremente a las entrañas de la ideología integrada y percibida como nuestra, ahora el joven viene literalmente abducido por un viaje a los avernos con guía turística incluida. El juego se transforma, por su virtualidad, en una experiencia ilusoria. Se necesitaría una simple sacudida para hacerlos salir de la adicción, sólo que los mercados son perversos cuando buscan beneficios y saben que si el juego es social, son los compañeros quienes refrendan la veracidad psicológica de la nada de que estamos hablando. No es el mecanismo (ya existía el Monopoly desde hace tiempo, por ejemplo), sino la construcción de redes de solidaridades falsas de creyentes que, como si de una secta se tratase, no van a querer renunciar a eso que ya son dentro del juego y que dejaran de serlo si lo abandonan.

Hasta aquí todo resulta claro. Sin embargo, sorpresa, si tiramos de la manta y desvelamos los principios de esta reflexión, nos encontramos con que es ésta la historia de nuestras vidas. Las mismas personas que han seguido hasta aquí la lectura, puede que de golpe empiecen a dudar si les digo que es éste el mismo carácter ilusorio que regula nuestra sociedad, que somos adictos a un engaño donde las cosas no son por necesidad, sino por convención que ha de ser aceptada. Curiosa actualización del theatrum mundi: otra vez la vida es sueño. Invitar, por lo tanto, a reflexionar sobre las claves que hacen que el engaño resida en el juego de las reglas, en quién y cómo decide, el verdadero e importante juego supremo al que nadie parece dispuesto a invitarnos, me aleja de ser el razonable consejero que parecía para convertirme en un peligroso antisistema. ¿Qué podemos hacerle? Mi deber y mi vocación es provocar este tipo de sacudidas contra las adicciones. Fuera de eso, se diría que cada uno es libre de decidir sobre su vida. Pero tengamos presente que hay dos maneras de jugar a Bankia. Son las reglas, no siempre explícitas, del juego.

La Moncloa puede esperar

Escuchando a Julio Anguita valorar los resultados de las elecciones a uno le viene el miedo de estar equivocándose en algo. Es imposible no admirar la sagacidad de este clarividente político, capaz de haberle sacado los colores en su momento a todo el europeísmo de pro y sin contras, herencia de una postmodernidad engañosa, en la que el púrpura intenso cegaba con tan fuerte impresión que no permitía presagiar que esos destellos eran del arrebol que precede al ocaso. La inteligencia no estaba muy de moda por aquel entonces y, si asomaba, era fácil de hipnotizar para dejarla suspendida más allá del horizonte, en un falso infinito de estudio poblado de amapolas.
Anguita era en aquellos años, como sigue siéndolo ahora, una de esas especies raras fuera de cualquier tiempo y lugar, a quienes su concreción y pragmatismo les permite que no desentonen allá donde se encuentren, porque la sagacidad tarda poco en abrirse paso. Alguien así, nunca se pierde y siempre halla la salida.
La clarividencia, sin embargo, tiene sus riesgos. ¿Quién le iba a decir a Anguita que la propuesta del reparto del empleo, anatemizada en 1993 por toda la derecha iluminada y por los estertores del felipismo, iba a tener en nuestros días tan abyecta metamorfosis? No hay que apurarse. Todo cambia muy deprisa ahora y es difícil prever el haz y el envés de una moneda al vuelo.
Nos dice Anguita que el destino del futuro gobierno está marcado y a uno esto le da bastante miedo. Y no porque se proponga una alianza contra natura, la menos deseada por los votantes, pero la que más sencilla resulta que surja de la chistera del imaginario económico y político europeo: nada menos que PP y PSOE bailando juntos pero revueltos, abrazaditos y a ritmo de tango, porque los vaivenes de hoy hacen que un vals sea imposible. Razonable, a fin de cuentas, porque Rajoy después se desmarca para hurgar en la herida de su futuro compañero de danza, sabedor de que en Andalucía le están preparando la sevillana, y mirándolo a los ojos le dice: te elijo a ti. Pero en esta ocasión Anguita lo embadurna todo con el contexto, colando a contramano la convergencia de la izquierda como preparativo para una larga espera que pide ya cimientos, de manera que uno no sabe bien si prestar atención a la prótasis, a la apódosis o a la conveniencia de la relación condicional. Nos quedamos con que sin duda el día iba de tanteos prematrimoniales.
Yo, que me he pasado medio año vaticinando remontadas de Podemos e ingobernabilidad navideña, nunca le calculé a los resultados de estas elecciones menos de seis meses ni más de dos años. Entre otras cosas, porque si Europa dicta, hay que montar el teatrillo. Pero también estoy acostumbrado a corregir mis suspicacias y a no confundir lo que sucede con lo que me gustaría que sucediera. Nunca me creí ese casi 30% de votos que algunas encuestas le asignaron a Podemos hace poco menos de un año, error de cálculo originado tal vez por la falta de costumbre de encontrar una fuerte intención directa de voto, o bien explicable, con cierta malicia, como fruto del deseo de recibir cualquier beneficio compasivo de quienes nos reclaman tanta austeridad, chantajeándolos con el miedo. Da igual. Me sorprende, sin embargo el que la derecha de a pie e incluso la periodística estuviera alarmada ante el pavor por las “hordas comunistas” (qué revelador el rescate del lenguaje del pasado para quienes se obstinan en vivir en otro siglo, dicho sea de paso). Si hubieran reparado en la comodidad, puesta de manifiesto desde la primera rueda de prensa, de un animal mediático como Pablo Iglesias, que ahora añade púlpito gratis a su apellido, que sale de las tertulias semiverduleras para jugar un papel que es el de su casting, se habrían dado cuenta de que para Podemos, sudoroso tras atravesar el desierto con las tablas de la ley, esto es el oasis donde el desgaste es por fin el de los otros. No sabría definir la proporción, pero ni aún llenándole de tachuelas el camino van a impedir que crezca. Para que entren en un gobierno se van a necesitar garantías que ninguna coalición especulable podría satisfacer.
Pero entre todos los descartes se olvidan dos aspectos dramáticos. El primero es el triste rol de Ciudadanos en cualquier quiniela. Populares y socialistas haciendo su política, ejerciendo las máximas y las mínimas del despotismo ilustrado, reformando deprisa para ver si así no les queda a otros nada que intentar reformar, o bien aliviando la austeridad, pero sin ofender a quien de verdad manda. Todo obligatoriamente bajo el signo de las medias tintas; inesperado contraataque tras un centro robado. Ciudadanos se revela como el pelele que ha sido sin que apenas se notara: un muñeco de trapo que hay que dejar en el armario por si todo se tuerce. De muleta a rueda de repuesto. Faltó algodón para rellenarlo, porque, cuando decidió volcar su ambición hegemónica hacia la querencia, le pararon los pies y se quedó casi donde estaba. Si esos resultados hubieran sido los de Podemos, el lunes todos los periódicos habría hablado de desaparición, a los sumo con matices. Los números no dan para otros juegos malabares y, si ya es difícil que Sánchez acepte el pacto con el diablo de la pasokización, imaginemos una solución con quien te has estado dando codazos para entrar al centro del vagón lleno en plena hora punta. Es lo mismo. La credibilidad quedaría mermada en una alianza con la vieja política; por mucho que se apele a la responsabilidad de Estado, asoma la goma de la careta. A Rajoy le fue bien con el regalo de Navidades para levantar los ánimos del electorado, pero la ofrenda de los Reyes Magos a sus posibles compañeros de baile parece un delirante cortejo. Eso, o que uno acabe por descubrir que los que mandan en los escaños, mandan tan poco que, con un soplo, les hacen comulgar con ruedas de molino y de repuesto.
La segunda objeción es más grave. Cuesta creer que se le escape a Anguita. El pueblo ha votado y, aparte cábalas que no merece la pena seguir aireando, lo cierto es que, aun ganando Rajoy y resistiendo la vieja política, la tendencia mayoritaria es de lo que venía definiéndose desde hace algunos siglos como izquierdas. Pues eso, el pueblo parece el convidado de piedra, se le presupone el actor pasivo que traga lo que le echen: ya ha votado, fiat voluntas tua. Y nuestros pueblos han demostrado ser bastante heroicos. Con sus dificultades, con sus transversalidades, con todas sus identidades. No va a hacer falta que Podemos los incite. Ya se cuidarán de no hacerlo. La lucha ha cambiado de reglas y de escenario. Tampoco lo hará IU. El proceso de reforma constitucional que se esboza en lontananza parece de nueva cocina y con ingredientes genéticamente modificados. Y no hay que olvidar que ya es raro mover peones sin atender al aderezo de las previsiones demoscópicas. ¿Qué reformas nos esperan? No es, no puede ser, con tan distintos cocineros, lo que se está pidiendo ni para lo territorial, ni para lo social. España está entrando a Urgencias y va a ser atendida por un estilista en la sala de espera, donde le van a dar, en lugar de medicina, un descafeinado. A menos que todo esto sirva para marear la perdiz, llenar periódicos de debates y de titulares y ver si a falta de brotes verdes nos vamos acostumbrando a los de soja. Desgraciadamente, la gente entiende de economía a final de mes, cuando mira el saldo y, en lo restante, el pueblo español ha demostrado la madurez necesaria como para que no lo vuelvan a engañar con pantomimas.
Lo siento mucho, seré poco clarividente, algo pesimista, demasiado de parte. Se me debe estar escapando alguna cosa. Pero por más que miro desde un ángulo y desde otro, si las intenciones son éstas, ni veo claro el gobierno, ni veo claros los cuatro años.

Se diría Possibile

A contrapié, en plena celebración del día de la República, cuando casi todos habíamos descartado el que alguien se decidiera a tomar en mano la antorcha.  Habían sido muchos los que flirteaban con la idea de crear un Podemos italiano. La opción más aventajada parecía L’Altra Europa, lista electoral de confluencia que había arrancado casi en paralelo a Podemos, tomando como reclamo el nombre de Tsipras para las europeas, pero manifiestamente abierta a las fórmulas hispánicas. Hacía ahí apuntaban las reflexiones de Curzio Maltese (Sciogliamo la Lista Tsipras e facciamo come Podemos, Sciogliere tutte le liste a sinistra per far nascere l’alternativa a Renzi), recordando que era necesario recorrer ese camino. No obstante, no había reacciones y el panorama seguía siendo desolador. Ni los buenos propósitos de Landini, que descartaban la plasmación política en un partido, ni la réplica nostálgica de Bertinotti se traducían en algo más allá de palabras y valoraciones.

Frente a esta tendencia a una clara vocación podemita, el legado de Syriza seguía despuntando en el horizonte como la solución más viable, si no fuera porque la excesiva fragmentación, el apego de cada uno de los pequeños grupos -a la sombra o a la izquierda del PD- a sus propias banderas, a sus cargos, a su repartición de pequeñas parcelas de poder se erguía a la postre como un obstáculo infranqueable. Por otra parte, el espacio generado por estas nuevas iniciativas cuenta en Italia a priori con la competencia feroz del M5S, en crisis desde que decidió no hacer un frente común contra Berlusconi, pero aún con un apoyo sólido de votantes, como se ha visto recientemente, y con una fuerte adhesión por parte del electorado joven.

Si L’Altra Europa hubiera anticipado, ahora tendríamos más garantías a la hora de afirmar que un Podemos italiano estaba en marcha, pues se trata de un movimiento que está más cercano al mundo del activismo político. Civati había amenazado durante los últimos meses con esta decisión, pero suscitaba una cierta perplejidad: se trata de una modalidad sui generis, a la italiana, paradójica si consideramos los estrechos vínculos entre el 15M y Podemos. Obvio, Italia no tuvo un nivel de protestas organizadas equivalente al 15M. La crisis ha sido más contenida, sin burbujas inmobiliarias, dulcificada por los llantos empresariales del gobierno tecnócrata de Monti, aligerada por la condena y las consiguientes vacaciones mediáticas de Berlusconi.

Sin embargo, el papel de Renzi como azote de los sectores más progresistas del PD iba dejando, tras el fracaso de Bersani, cada vez más espacio político vacío, a cuyas ventanas ya se había asomado Civati en las primarias de 2013 logrando transmitir esperanzadoras sensaciones. Mientras Renzi sigue sembrando dudas, encabezando proyectos como su dudosa reforma de la escuela pública -haciendo evocar todo aquello por lo que en España hoy se hace difícil reconocer al PSOE como una garantía para luchas contra las políticas neoliberales-, oscilan a su alrededor numerosos partidos y corrientes, desde el SEL hasta Rifondazione, desde Civati a Fassina, dispuestos a dar por buena cualquier oportunidad para desmarcarse, para dejar definitivamente de creer en él y de secundarlo.

Es pronto para saber si se dirá Possibile. La declaración de intenciones se ha consumado. Sabemos desde hace unas horas que el partido ya existe y que viene de la mano de un líder joven, formado en la reflexión filosófica, pero con experiencia en la coordinación de campañas electorales, aspectos que lo relacionan con personajes como Iglesias, Errejón y Monedero. Sabemos también que Nichi Vendola parece dispuesto a entrar en el juego. Ignoramos si lo más revolucionario de Podemos, su forma de financiarse con el crowdfunding, su búsqueda de crear vías para la participación ciudadana, su peculiar estilo de proponerse como freelance de la política, dando espacio a activistas sociales y a ciudadanos dispuestos a dar un paso hacia adelante, serán premisas respetadas por la emergente formación. Si Possibile se queda en una operación de mercado, en el aprovechamiento de una imagen, de una marca importada, no bastará para transmitir el entusiasmo que Italia tanto precisa.

Civati ha demostrado ser el único con la necesaria valentía política para afrontar la maniobra. Aunque no aspire a reproducir plenamente los referentes extranjeros que evoca, la promesa es la de un movimiento que parta de abajo, con la finalidad de proponerlo como una verdadera alternativa de gobierno. A él le corresponde ahora la responsabilidad de que el nuevo instrumento se diseñe correctamente y esté a la altura de las circunstancias, convirtiéndose en una garantía para hacer política de una forma diferente, sin riesgo a caer en los cantos de sirenas de la institucionalización cómplice. Pero si así fuera, la pelota pasaría al tejado de aquellas otras pequeñas formaciones políticas, que seguramente no podrán alegar diferencias doctrinales para no sumarse al nuevo proyecto. Algo nuevo se mueve en Italia y es posible.

El voto cautivo y el voto de identificación

Durante años, en Italia, había que armarse con linternas y focos, había que escudriñar los rincones más remotos para encontrar un votante declarado de Berlusconi. Quien más y quien menos podía contar con la nítida lectura que permitían los resultados electorales para comprender que el trasvase de la Democrazia Cristiana cuadraba, que habíamos pestañeado un momento y donde antes estaban ellos ahora estaba escrito Forza Italia. Tangentopoli se había resuelto, a la postre no resuelto, de esta manera, como si ahora en España se sustituyera en bloque al PP por Ciudadanos: una garantía para que nada cambiase.
Hablar de voto cautivo para explicar resultados de mayorías es usar un concepto insultante para muchas personas. Desgraciadamente, si buscamos razones, hallaremos un mecanismo más perverso, que tendríamos que asumir para comprender correctamente lo que sucede en nuestra sociedad. No niego la existencia de votantes que desgraciadamente no tienen casi elección. La complicidad social tiene grados y la ideología tiene capacidad de sobra para ponernos en bandeja coartadas y autoengaños con que justificarnos, pero no todo se puede meter en el mismo saco. Hay niveles directos de implicación en las esferas sociales vinculadas más estrechamente con la política, ya sea por beneficios recibidos, ya sea porque se ve en peligro el estatus, pero por fortuna, aunque no son casos aislados, sí son muy extremos. Se diría que además resultan de sobra compensados por quienes desgraciadamente han empezado a quedar al margen, por quienes carecen de trabajo y de influencias.
Regresando al ejemplo italiano del que partía, hay otro síntoma alarmante cuando consideramos a día de hoy lo que significó Mani Pulite: en los 90 había una moral pública que podía hacer caer de un plumazo un entero partido, incluso aunque se tratara de una de las piezas claves constituyentes de la República italiana en 1946. Sin embargo, nadie se rasgó las vestiduras, ni dijo que se estuviera atentando contra el pacto social. Al contrario, hubo un sentimiento nacional de vergüenza. Con los democristianos, escindidos y polarizados hacia otras alianzas, cayó también Craxi y las siglas que representaba se diluyeron, a pesar de tímidos esfuerzos por hacerlas rebrotar. No volverían ya a ser determinantes.
En estas condiciones, lo que uno se esperaría sería la desaparición del votante de dichas opciones, pero no la invisibilidad del votante nuevo. Este fenómeno se puede analizar de dos maneras. La sociología tiende a hacerlo a partir de datos, pero éstos no siempre explican lo que captamos a través de sensaciones, mediante el análisis directo que nos proporciona el contacto con las personas. En este sentido, lo que Forza Italia supuso con ese gran anatema político que constituía la representación directa de los intereses económicos privados en el Estado, revelaba un peligro que la socialdemocracia debería haber estudiado en su momento. El voto a Berlusconi era un voto de identificación, de pertenencia a un engranaje, no ya a una clase social. Había empezado a instalarse el discurso de que si le va bien a quien te ha dado el puesto de trabajo, será también beneficioso para ti. De ahí esa contradicción, en un periodo de incertidumbre en que, con los primeras metas conseguidas de esa llamada sociedad del bienestar, los desajustes que actualmente padecemos no se vislumbraban en el horizonte. Lo cual marcó, ante la completa ceguera de la izquierda, una transición desde la conciencia de clase del pasado siglo hacia nuevos modelos de identidad. Y ahí, el poder mediático que Berlusconi monopolizaba le hizo ganar decisivamente terreno. Por eso había en sus votantes una cierta conciencia de culpa que los convertía en mayoría invisible, al menos durante la primera década de existencia de este partido y de su transformación en las sucesivas coaliciones.
No obstante, hubo una ceguera mayor, que ha llegado casi hasta nuestros días, el grave error de la socialdemocracia y de su abrazo a la remodelación de la tercera vía era, si consideramos estas premisas, el definitivo suicidio político al que puede verse abocada si no rectifica urgentemente: al reducir gradualmente el peso de lo público, redujo visiblemente el peso de voto por identificación, que fue yendo a parar poco a poco a manos de los representantes de quienes tutelaban legítima o no tan legítimamente, según hemos comprobado, los sectores privados para los que ahora cada vez más gente trabajaba. Romper esta cadenas de identidades sólo se puede conseguir recobrando el terreno perdido y politizando la esfera pública, ampliando los márgenes de participación ciudadana. Pero la espectacularización mediática a la que hábilmente nos han sometido supone un obstáculo. La influencia de ésta sólo ha empezado a quebrarse con el paulatino protagonismo que van adquiriendo las nuevas formas de comunicación y las redes sociales, lo que en gran medida ha permitido la actual momentánea reacción.
Es evidente que Podemos ha sido la iniciativa, ahora ya transformándose en partido, que mejor ha leído nuestro panorama. Pero su base es la de los nuevos niveles de marginación social: el paro, la precariedad, las jóvenes generaciones no integradas en el sistema, el descontento intelectual y la intolerancia ante la corrupción. Careciendo de otras fuentes de voto de identificación, sus límites actuales de apoyos pueden oscilar entre un 15 y un 30% de votantes potenciales. Algo que parece un milagro para un partido que aún está construyendo su infraestructura. Para un asalto al poder se va a necesitar algo más. A tenor de lo previsible, en el actual laboratorio de estas elecciones municipales parece que esa otra vía, con estrategias integradoras como Syriza, pero con formas de organización más cercanas a las de Podemos, se pueda presentar como una solución más exitosa, como un camino adecuado para recoger mayores consensos. La mejor noticia de todo esto, en el caso de que los resultados ratificaran las previsiones, es que muchas personas empezamos a recobrar una opción política que nos represente. La duda, que ha de resolverse el próximo 24, es si en las próximas generales convendrá apostar por un Ahora España, mientras Podemos termina de organizarse, sin precipitación y sin pasos en falso. Ya sabemos por otras formaciones emergentes que la prisa no es buena consejera. La prudencia, a pesar de la necesidad de aprovechar un momento clave, con que Podemos ha renunciado a las municipales es garantía de voluntad de hacer las cosas bien. Y si algo es imprescindible, considerando lo que se otea en el horizonte, es que las cosas se hagan bien.

A ver si Podemos…

Me he pasado muchos años causando un cierto estupor entre amigos y enemigos cada vez que discutía de política. Es muy difícil hablar de política; se usa, y hasta en contadas excepciones se consigue poner en práctica pacíficamente, pero la colocación distintiva, el verbo que a todos se nos presenta como el correspondiente más nítido es discutir y no se trata de algo casual. Reconozco que, en mi caso, era una costumbre exagerada; tendía a intervenir poco, pero, cuando lo hacía, siempre era a contracorriente. Me atenía, sin embargo, a un principio muy elemental: los nuestros nunca me parecieron muy nuestros. O, peor aún, le daba la vuelta a la cuestión, imitando lo que Yupanqui comentaba sobre aquella canción que lo llevó por un breve período a la cárcel, las “Preguntitas sobre Dios”, y que le incitaba a reflexionar sobre el reverso del interrogante: ¿Dios cree en mí? Pues eso: la política que hemos padecido en los últimos decenios ¿creía en el ciudadano?, ¿creía en la persona? Evidentemente, no lo hacía; pero al final ni siquiera se molestaba en fingir hacerlo.

Algo ha cambiado en los últimos meses. En lo personal, cada vez he escuchado con más frecuencia lo de “llevabas razón”; pero no como un reconocimiento, sino como una especie de deuda contraída consigo mismo por parte de los interlocutores, como un reproche que se formulaban por no haber querido ver la gravedad de las consecuencias de cuanto hemos tolerado. En lo impersonal, se hace muy difícil que, después del alardeo y de la ostentación sin ningún tipo de pudor, sus artífices puedan salir airosos con una simple máscara. Tras cada patada a una piedra hallamos un caso de corrupción debajo. Complicidad social, que parecía moneda de cambio inagotable en tiempos de bonanza. Pero se torció todo y no pueden pedir los aplausos de aquellos que pagan las consecuencias. Se habla de la impracticabilidad de ciertas propuestas audaces que la nueva política plantea, pero a nadie le resulta inaudito que en nuestros intrincados mecanismos económicos lo viable sea que el pobre rescate al rico, que el ajusticiado alabe la cuchilla del hacha del verdugo. Piensan, siguen convencidos de que con algo de cosmética, con rostros nuevos y rejuvenecidos, este inmenso tinglado volverá a encauzarse. Y fuerzan, hipotecando nuestro futuro, los escasos recursos que nos han dejado en busca de algún índice alentador de crecimiento o de un atisbo de disminución del paro debido al aumento del trabajo estacional. No sé cómo lo ves tú, pero yo sigo bastante indignado. Y me sorprende usar todavía ese término eufemístico, el grado correcto es el del cabreo.

Qué duda cabe, Podemos no es una panacea. Se equivoca Iglesias al ufanarse de sus ingredientes secretos, declarando recientemente en Portugal las recetas del éxito. Como Grillo había demostrado ya en Italia, bastaba la crítica abierta a la clase política para recoger los frutos de tanta prepotencia incompetente a la que hemos estado sometidos. Sólo que si se cosecha y no se planta, se pierde rápido el crédito tan frágil y fatigosamente obtenido. De ahí que, con la debida sagacidad, nuestra nueva formación medite y no quiera dar palos de ciego. Podemos va en serio. Está aprovechando los resquicios que ha dejado el sistema y ha empezado a causar miedo. No va a ser un juguete en manos de poderes fácticos, deseosos de tener bien aferrada la sartén por el mango a la hora de pactar con representantes políticos débiles y amenazados; por eso no habían visto con malos ojos, en principio, el que un nuevo partido pusiera en jaque a los ya maltrechos tradicionales. Pero los debutantes crecieron demasiado en sus expectativas de voto y ya les han fijado un tope. También la casta ha comprendido que no va a sacar tajada si siguen tirándose los trastos a la cabeza: tienen que concordar una tregua frente al enemigo común recién nacido. Sólo que, así, el tablero político empieza a mostrar sus verdaderas contradicciones. Tales ataques conducen a la victimización del adversario y pasan por el riesgo de ser leídos con sospecha y de provocar efectos colaterales indeseados. La estereotipada casta se va a poner al descubierto, dando más razón de ser, si cabe, al discurso al que se enfrenta. Todo esto huele a querer y no poder.

El miedo y la inquina delatan debilidad y el enemigo no es torpe: se prepara ya para las embestidas. Se ha dado cuenta y empieza a usar los argumentos a su favor, para sus propios propósitos. La casta no va a ser más casta (o sí, depende del significado que interpretemos) por dejar de airear trapos sucios y sacar a relucir el pelo de algún huevo podemista, podrido o pudriéndolo a la fuerza. Con tan poca arenisca no van a conseguir ocultar sus propias rocas. La opinión pública no está para que la condecoren con ulteriores ingenuidades que ofenden el sentido común. Basta. Si se han decidido por ese camino, tardarán poco en darse cuenta de que es un callejón sin salida.

Pero se equivocaría también Podemos si subestimase la delicadeza del proceso al que se enfrenta. Navegar por aguas inexploradas comporta asumir muchos riesgos. De nuevo, los herederos del pensamiento de izquierdas ante la necesidad de inventarse. A todas luces, y a pesar de errores y horrores, el episodio más apasionante que ha definido el siglo pasado. Crear política, ahora a través de redes de opinión, recoger el descontento popular y canalizar ideas para que las voces acalladas se trasformen en actos no es tarea fácil y, sobre todo, carece de precedentes. Pero si no somos partícipes de esa osadía, difícilmente dispondremos de argumentos para quejarnos luego. Eso, los votos más jóvenes lo saben y han captado perfectamente quiénes pueden, y quiénes no, ser sus interlocutores.

Ahora bien, ese miedo a Podemos va acompañado de otras reticencias inusitadas, sobre todo si comparamos con otros países y con otras realidades sociales. Si quieren convertirse en una verdadera alternativa de gobierno sólo hay una vía. No poseen, como el M5S, el don de la transversalidad. No son inanes. No son la protesta por la protesta. Está bien proponer la metáfora de los de arriba y los de abajo, abandonando esa inoperativa ubicación de derechas e izquierdas. Pero no es suficiente. No se ayuda de manera incisiva a romper con algo mucho más grave y a la vez más ridículo, pero real y patente. Leo, entre líneas, algún destello esperanzador en el discurso de Pablo Iglesias al que aludía, cuando menciona la estrategia de “partir la espina dorsal de los consensos sociales creados por el neoliberalismo”. Son, pues, conscientes de esta necesidad. Sólo que España, esa España que creo seguir conociendo a pesar de la distancia, tiene aún resabios ideológicos muy interiorizados que dan a muchos votantes una visión distorsionada de sí mismos. Son los reflejos de las castas, esos extraños resplandores por los que tanta pobre gente cree ser uno de ellos, por los que tantas personas sin intereses, ni bancarios ni de propiedad, siguen convencidas de que las reformas que les plantean les van a sustraer algo propio e inalienable. Y como ahora esta pobre gente ya no tiene casi nada, como le han cedido los restos a sus encorbatados y enchaquetados benefactores, lo único que les queda es que no los represente alguien con coleta y de trapillo. Hay que salvar la máscara, la ilusión de ser. De ahí ese irreprimible desprecio de perroflauta, de chavistas, de desarrapados… Esa rémora, que ya es conciencia sin clase, porque la verdadera clase la determina el dinero y ése está en otras manos, no se ha dado cuenta de que la historia le ha pasado por encima. Esa parte de una clase media medio descoyuntada, cuya devoción y admiración al verdugo roza el masoquismo, se aferra al abolengo de trozos de fractura de vértebra, creyendo satisfecha que el marxismo está muerto, ignorando que éste no es más que la constatación de las contradicciones del sistema que respiramos. Para matar al marxismo hay que matar al capitalismo, porque ambos son la hidra de las siete cabezas de su reverso. Lo que sí se ha muerto, y no se han querido percatar, es precisamente el fantasma con que se identifican: la vieja clase media antaño privilegiada y saturada de ínfulas señoriales. Lo que queda de ella es sólo un eco que otros más hábiles hacen resonar de vez en cuando para que el burro corra tras la zanahoria. Y va a ser “bastante imposible” concienciarlos de que precisamente son estos perroflautas podemistas los que están velando por sus intereses. Difícil, pero de alguna manera tendrán que intentarlo. Y, de paso, desengañar a los otros pseudoprivilegiados de la tortilla vuelta, convencidos durante años de que gobernaban los suyos y para los suyos, para que abran los ojos y vean que ya no quedan lentejas en el plato por el que se habían vendido. Casi nada: reinventar una política seria. Dudo de hasta qué punto será posible, pero sí sé, perfectamente, quiénes no van a hacerlo. A ver si Podemos…

P. S.: Habrá quien torpemente se sorprenda con la «irresistible ascensión» de Podemos.  El que un movimiento con verdadera vocación social pudiera cubrir ese vacío político en España es lo que planteaba en este mismo blog (Tsunamis de laboratorio) hace ya más de un año, tras el fracaso en Italia de Bersani y la irrupción del M5S. Sería incongruente el no alegrarme ahora de que Podemos esté desarrollando precisamente esa función.

Espero no tener que añadir muchas glosas al texto. Choca que desde otras orillas se empiece a tildar a Podemos de haber surgido de conjuras profesorales y sindicatos universitarios. Y, al parecer, no predica con el ejemplo, porque antes de entrar en política habría que barrer la casa propia, como si ellos fueran los responsables de todo lo que se guisa por esos lares (y con escobas que nadie ha puesto en sus manos, se supone). No sé qué se entiende a veces como prioridades en los asuntos de estado, pero lo positivo, en cualquier caso, es que se reconozcan ciertos componentes que están ahí y que la derecha ha querido siempre ignorar. Igual, entre todos, van a conseguir que aparezca una imagen más clara y en su justa dimensión. Choca porque los ataques a las castas universitarias, que también las hay, conviene formularlos cuando toca (por ejemplo, tras muchas reformas insuficientes o equivocadas) y donde toca. En caso contrario, nos arriesgamos a caer en paralogismos a los que se les ve demasiado el anzuelo.

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