Difícil no abrir boca y, sin embargo, callamos todos, tirios y troyanos, pendientes, todos los que el retablo mirábamos, de la boca del declarador. Nuestro retablo es cada vez más sofisticado y la tecnología nos permite movernos a su alrededor, pero nunca entrar y salir.
Toda buena representación se construye buscando la aquiescencia. El espectador tiene que estar dispuesto a aceptar, aunque sólo sea de manera imaginada, la veracidad de lo que está aconteciendo en ese espacio fingido. Resulta sintomático el que, cada vez más, empecemos a percibir cómo los recursos propios de la ficción se adensan en modalidades comunicativas que nada tendrían que ver con ella. Las noticias relatan hechos, que deberían ser verificados antes de transmitirlos públicamente. En los últimos meses, asistimos con frecuencia a modalidades de blitz informativos, con un relato tan construido, tan preparado a priori, que parece destinado a dejar fuera de juego tanto a los espectadores como a los verdaderos perjudicados del montaje, con el evidente propósito de que no quede títere con cabeza.
La complicidad del periodista títere resulta, en este contexto, uno de los aspectos más tristes del bochornoso espectáculo. El otro, es la crueldad que no repara en causar daños a terceros con la pretensión de arrancar cualquier posible titular con el que aplicar estereotipos que marquen machaconamente, como mandan las estrategias teorizadas y utilizadas por Rosenberg y Goebbels, a aquellos a quienes se consideran enemigos políticos. Los títeres desde abajo acabaron siéndolo desde arriba y, como a la postre todos saben, lo que la ficción quería denunciar acabó convirtiéndose en triste realidad esperpéntica. Sólo que seguimos viendo lo que se pretende que veamos: ETA, Al-Qaeda, violencia, rebelión, anarquía, peligro de la integridad nacional. Maese Pedro y el retablo de las maravillas quedarían más en el horizonte de esta fábula, a pesar de que todas las alusiones culturales mencionadas en defensa de los responsables de la obra se mantuvieran más en el nivel literal de la comedia del arte y de manifestaciones análogas.
Es en ese juego entre literalidad y sentido figurado, entre realidad y ficción donde los profesionales del estudio de la comunicación y del lenguaje tenemos que protestar y decir basta. No es tolerable que hasta hace escasas horas hayan permanecido en prisión personas que nada tienen que ver con la apología al terrorismo. Con otro agravante: a un Estado al que le preocupa de este modo tal riesgo, no se le debería ocurrir responder con un linchamiento mediático que ha lanzado a los cuatro vientos la supuestamente peligrosa frase Gora ALKA-ETA. Si citar, como en el caso de Zapata, se pretende que sea delito, ya están tardando en cerrar todos los periódicos, así como el blog desde el que escribo. A nadie se le escapa que, como aparece en muchos ejemplos en la prensa, la finalidad sea poder escribir “los títeres de Manuela Carmena”, sin que importe mucho el que la compañía fuera contratada previamente por Ana Botella o que el mismo espectáculo se presentara en Granada, donde la administración del PP está, por supuesto, libre de cualquier responsabilidad. Y no vale la escusa de para niños o para ancianos: la apología del terrorismo -que no necesariamente tienen que ser proclamas, sino que suele desarrollarse como discursos argumentados- ha de ser manifiesta para ser condenable, no puede depender de una opinión o de la interpretación subjetiva.
Aquí es donde se instala en pleno el discurso cervantino, en esa confusión de signos con el que ciertos sectores de nuestra sociedad pretenden actuar, dando validez a esa locura quijotesca que acaba destrozando el retablo. Por mal camino vamos si empezamos a confundir realidad y ficción y si, en este curioso retablo de las maravillas, los mismos espectadores llegamos a afirmar que vemos lo que no hay. Como nos recordaba Magritte, esto no es una pipa.
Con otra llamada de atención a quien le corresponda: el juego sucio se hace serio y no parece improvisado. La búsqueda de ingredientes apela a sentimientos atávicos, más elementales que los razonamientos que se plantean en la lucha por la hegemonía del discurso político: la infancia, la violencia, el poder, la justicia… Algo que llega a la demencia con la descripción de «apuñalamientos» o «violaciones» que, aunque estuvieran en el guión, no siempre en el modo en que se ha descrito, difícilmente pueden adquirir en la escenificación guiñolesca la plasticidad que el lenguaje usado sugiere. En cualquier caso, da igual que se sea ajeno a todo eso, lo importante es manipular con la asociación de realidades a atributos que no les pertenecen. Si Esperanza Aguirre osaba afirmar que Podemos usaba las técnicas de Goebbels en su discurso político cuando este partido se propuso abiertamente actuar con inteligencia en la lucha mediática, allí donde la izquierda había perdido identidades y cohesión, tal vez lo hacía porque hasta ahora pensaba que éstas y otras muchas formaban parte de su exclusivo patrimonio. Pero cuidado, una cosa es la propaganda política y otra un discurso de Estado o de instituciones, con la colaboración de la prensa y de los medios televisivos. Empezamos a transitar por arenas movedizas. Quienes se han manifestado en contra de las leyes mordaza deberían saber que es la legitimación que permite llevar a cabo detenciones lo que hace factibles estos montajes. Espero que algunos líderes sean de ahora en adelante más consecuentes con lo que han escrito en sus programas, independientemente de a quién puedan beneficiarle o no las consecuencias de estas campañas.