Que los jóvenes españoles sin trabajo tengan miedo de expresar su ideología política en las redes sociales es un síntoma preocupante. Que sepan que en determinadas esferas se dedican a rastrear este tipo de información en lugar de leer el currículum lo es aún más. Que en este retablo de las maravillas haya que aceptar que el rey está vestido, que lo negro es blanco, que el verdugo es la víctima o que los cerdos vuelan parece moneda de cambio.
Ante declaraciones como las de la Asociación de Prensa de Madrid entramos en lo peligrosamente surrealista. Ya nos vamos acostumbrando a este tipo de campañas del fango, en las que, si es necesario, sacan el agua de las piedras para mezclarla con el barro. Como síntoma es bueno para quienes nos oponemos a este tipo de barbaridades, ya que quiere decir que sus deseos y la realidad no se ajustan. Como enfermedad es malo.
La falta de objetividad es tan preocupante que la primera reacción es de risa, por lo burdo de la intención, y de tristeza empática: qué lamentable debe ser perder la dignidad profesional para poder subsistir. Tomándolo con ironía uno se pregunta si por casualidad quieren además aplausos. Pero estamos para pocas ironías. La cuestión es muy seria, nos atañe a todos, resulta una nueva forma de acoso indirecto a quienes expresan su opinión en las redes sociales. Tal vez porque se trata del único espacio al que los poderes no consiguen hincarle el diente.
Confundir la crítica con la intimidación es grave. Confundir lo privado con lo público lo es aún más. El disparate manifestado por quienes tienen el control, en pocas y serviles manos, de los principales medios de comunicación, que sí pueden intimidar porque tienen el poder económico -conditio sine qua non-, no se corresponde, se mire como se mire, con la acusación a un partido. Ahí es donde se le ven las malas costuras al sistema y ahí reside la gran paradoja, pues se identifica a las libres opiniones que se expresan, espontáneamente en la mayoría de las ocasiones, con un partido, como si hubiera una línea editorial o consignas. Pues bien, señores periodistas asociados, ustedes que sí siguen líneas editoriales, no van a conseguir mi aplauso, sino mi crítica.
Este acoso desde el victimismo, siento decirlo para aquellos a quienes les ilusione, va a surtir poco efecto. Lo he visto hacer mejor, de forma menos descarada y más elegantemente, en otros países y en circunstancias análogas, pero el esfuerzo acaba siendo estéril, pues sólo ratifica a los ya convencidos. Si quieren acabar con los peligros del pensamiento antisistema, arreglen el sistema, que lleva más de un decenio funcionando fatal y da la impresión de que no saben cómo hacerlo, dadas las actuales expectativas.
Eso sí, conviene que dejen en paz la libre expresión de la opinión personal, por muy crítica que les parezca. Sólo los regímenes totalitarios persiguen a la disidencia. Maquillar este tipo de actos con el victimismo es doblemente ruin. Es fascismo de guante blanco.