Signo de los tiempos. La postverdad es un neologismo aparentemente sin antónimo. Es tan dudoso, que resulta género y ejemplo de la categoría que define. La palabra postverdad es una postverdad, un eufemismo que esconde una práctica perversa de manipulación que sólo una sociedad que saca pecho con su hipocresía puede exhibir como medalla. Para mal de males, el mismo sistema que la ha engendrado intenta defenderse de ella para que la direccionalidad de su uso sea unívoca. Los aparatos de Estado parecen poseer plena impunidad para crear campañas de prensa destinadas a sembrar dudas, a controlar la emotividad de sus ciudadanos, a valorar sus reacciones. A fin de cuentas, tememos la pérdida de nuestra privacidad, pero acabamos regalándole toda la información que generamos sobre nosotros al primero que llega proponiéndonos un juego, con el que al final sabremos que nuestro animal es el tigre o el leopardo. Mienten, nuestro animal es el asno. El valor, no sólo comercial, sino también sociológico o estadístico de la intimidad que estás regalando es mucho mayor de lo que imaginas.
Pues bien, con la misma ligereza se trata como público todo aquello que se diga en una red social, como si no hubiera grados, como si la indiscreción no fuera de aquellos que espían y controlan. Así, se pretende condenar por manifestaciones realizadas en medios cuya regulación no ha llegado aún a definir claramente los límites de lo público y lo privado, sin considerar ni el contexto ni la intencionalidad. Circunstancia que se abre a múltiples paradojas, ya que no todo se mide por el mismo rasero. Por ejemplo, nadie reconocería como mérito en una oposición un artículo publicado en un blog, por muy importante que fuera, aunque tratara con rigor de materias científicas. Sí lo haría si el mismo artículo se encontrara en una revista de reconocido factor de impacto. Elemental. En el primer caso no hay publicación, es una iniciativa privada y personal. Su uso es regulable. Puede incluso estar en Internet y, dependiendo de cómo se gestione el sitio en que se introduce, quedar excluido de los motores de búsqueda, limitando así su acceso. Durante años, nada de esto le ha resultado claro a los usuarios y muchas de las herramientas a las que accedían ingenuamente, carecían de un control de tales funciones. Todo esto, no sólo se ha empezado a regular tarde y mal, sino que para colmo se ha hecho de forma desproporcionada y retroactiva. Con un modus operandi marcado por patrones similares en todos los niveles, como ocurrió con el cierre de Napster, o con aquella ciudadana estadounidense que fue noticia por una sanción ejemplar a causa de sus descargas ilegales. Los poderes tienen que recordar quién manda, con quien les conviene y cuando les conviene.
Cualquier especialista en teoría de la comunicación puede evaluar científicamente los bajos niveles de objetividad en la información mediática actual. Aunque esta afirmación se queda corta, es otro eufemismo. Estamos hablando de manipulación sin pudor, en todos los medios y a todos los niveles. Si alguien tuviera que ejemplificar este tipo de prácticas, ya no habría que irse a los textos de Rosenberg o a los preceptos de Goebbels. Estas técnicas son ya moneda de cambio. Esconder la mentira detrás de la palabra nos lleva hacia una nueva era de postmentira, concepto que resulta más claro e intuitivo. Se llega a ella en medio de una lucha desigual. La tecnología puede defendernos para detectar cuándo aparece una información que no está contrastada por los medios. Pero de ahí a presuponer que la información acreditada sea garantía de parámetros fiables de verdad, media un abismo. Por supuesto, no soy partidario de una defensa con las mismas armas, aunque reconozco que en este juego no está mal que la información pierda credibilidad y se estimule el juicio crítico. La atmósfera adquiere tintes de distanciamiento brechtiano y no deja de tener su gracia. Sin embargo, el que sin ningún pudor me estén intentando proteger aquellos de quienes llevo tiempo protegiéndome para poder mantenerme informado de lo que sucede a mi alrededor, espero que quien me lea me disculpe, pero no deja de provocarme dudas muy lícitas. Será porque nací en una dictadura y por eso las verdades oficiales me gustan mucho menos que las verdades molestas.