A contrapié, en plena celebración del día de la República, cuando casi todos habíamos descartado el que alguien se decidiera a tomar en mano la antorcha. Habían sido muchos los que flirteaban con la idea de crear un Podemos italiano. La opción más aventajada parecía L’Altra Europa, lista electoral de confluencia que había arrancado casi en paralelo a Podemos, tomando como reclamo el nombre de Tsipras para las europeas, pero manifiestamente abierta a las fórmulas hispánicas. Hacía ahí apuntaban las reflexiones de Curzio Maltese (Sciogliamo la Lista Tsipras e facciamo come Podemos, Sciogliere tutte le liste a sinistra per far nascere l’alternativa a Renzi), recordando que era necesario recorrer ese camino. No obstante, no había reacciones y el panorama seguía siendo desolador. Ni los buenos propósitos de Landini, que descartaban la plasmación política en un partido, ni la réplica nostálgica de Bertinotti se traducían en algo más allá de palabras y valoraciones.
Frente a esta tendencia a una clara vocación podemita, el legado de Syriza seguía despuntando en el horizonte como la solución más viable, si no fuera porque la excesiva fragmentación, el apego de cada uno de los pequeños grupos -a la sombra o a la izquierda del PD- a sus propias banderas, a sus cargos, a su repartición de pequeñas parcelas de poder se erguía a la postre como un obstáculo infranqueable. Por otra parte, el espacio generado por estas nuevas iniciativas cuenta en Italia a priori con la competencia feroz del M5S, en crisis desde que decidió no hacer un frente común contra Berlusconi, pero aún con un apoyo sólido de votantes, como se ha visto recientemente, y con una fuerte adhesión por parte del electorado joven.
Si L’Altra Europa hubiera anticipado, ahora tendríamos más garantías a la hora de afirmar que un Podemos italiano estaba en marcha, pues se trata de un movimiento que está más cercano al mundo del activismo político. Civati había amenazado durante los últimos meses con esta decisión, pero suscitaba una cierta perplejidad: se trata de una modalidad sui generis, a la italiana, paradójica si consideramos los estrechos vínculos entre el 15M y Podemos. Obvio, Italia no tuvo un nivel de protestas organizadas equivalente al 15M. La crisis ha sido más contenida, sin burbujas inmobiliarias, dulcificada por los llantos empresariales del gobierno tecnócrata de Monti, aligerada por la condena y las consiguientes vacaciones mediáticas de Berlusconi.
Sin embargo, el papel de Renzi como azote de los sectores más progresistas del PD iba dejando, tras el fracaso de Bersani, cada vez más espacio político vacío, a cuyas ventanas ya se había asomado Civati en las primarias de 2013 logrando transmitir esperanzadoras sensaciones. Mientras Renzi sigue sembrando dudas, encabezando proyectos como su dudosa reforma de la escuela pública -haciendo evocar todo aquello por lo que en España hoy se hace difícil reconocer al PSOE como una garantía para luchas contra las políticas neoliberales-, oscilan a su alrededor numerosos partidos y corrientes, desde el SEL hasta Rifondazione, desde Civati a Fassina, dispuestos a dar por buena cualquier oportunidad para desmarcarse, para dejar definitivamente de creer en él y de secundarlo.
Es pronto para saber si se dirá Possibile. La declaración de intenciones se ha consumado. Sabemos desde hace unas horas que el partido ya existe y que viene de la mano de un líder joven, formado en la reflexión filosófica, pero con experiencia en la coordinación de campañas electorales, aspectos que lo relacionan con personajes como Iglesias, Errejón y Monedero. Sabemos también que Nichi Vendola parece dispuesto a entrar en el juego. Ignoramos si lo más revolucionario de Podemos, su forma de financiarse con el crowdfunding, su búsqueda de crear vías para la participación ciudadana, su peculiar estilo de proponerse como freelance de la política, dando espacio a activistas sociales y a ciudadanos dispuestos a dar un paso hacia adelante, serán premisas respetadas por la emergente formación. Si Possibile se queda en una operación de mercado, en el aprovechamiento de una imagen, de una marca importada, no bastará para transmitir el entusiasmo que Italia tanto precisa.
Civati ha demostrado ser el único con la necesaria valentía política para afrontar la maniobra. Aunque no aspire a reproducir plenamente los referentes extranjeros que evoca, la promesa es la de un movimiento que parta de abajo, con la finalidad de proponerlo como una verdadera alternativa de gobierno. A él le corresponde ahora la responsabilidad de que el nuevo instrumento se diseñe correctamente y esté a la altura de las circunstancias, convirtiéndose en una garantía para hacer política de una forma diferente, sin riesgo a caer en los cantos de sirenas de la institucionalización cómplice. Pero si así fuera, la pelota pasaría al tejado de aquellas otras pequeñas formaciones políticas, que seguramente no podrán alegar diferencias doctrinales para no sumarse al nuevo proyecto. Algo nuevo se mueve en Italia y es posible.